Revista Perspectiva | 5 febrero 2025.

¡Es la alienación económica!

    12/01/2017.

    Gina  Argemir

    Economista de la Secretaría de Socioeconomía de CCOO Catalunya

    Adaptarse para sobrevivir: éste es el  leitmotiv. El capitalismo se transforma para sobrevivir y se arrecia con éxito, aunque quien sabe si acercándonos aceleradamente hacia el colapso del sistema. En paralelo, el sindicalismo y las izquierdas intentan también adaptarse para hacer frente a las nuevas amenazas, con objeto de hacer sobrevivir unos valores determinados: una idea de vivir y de trabajar en dignidad. Pero en este momento histórico de ruptura de paradigma, el contexto es altamente mutable. Y cambia tan rápidamente que el pensamiento de la izquierda acaba también trasmutando, a veces quedando disuelto en el discurso mayoritario y dominante.

    Nuestro sindicato está vivo. Quizás lo tenga todo en contra, pero está vivo. Nuestro sindicato se cuestiona a sí mismo: debate sobre su función, sobre el futuro del mundo del trabajo, sobre los derechos sociales, sobre el sistema económico. El sindicalismo intuye sus retos más inmediatos: ¿hacia dónde nos llevará la globalización?, ¿es la digitalización de la economía una trampa para la clase trabajadora?, ¿el adelanto de los populismos supondrá un retroceso de los valores democráticos? Ante la incertidumbre, si algo tiene presente nuestro sindicato es que su respuesta pasará siempre por colocar el trabajo en el centro del debate.

    Marx entendía el trabajo como una actividad transformadora de la naturaleza para satisfacer las necesidades humanas. Veía el trabajo como un medio de autorrealización, una tarea en la cual el hombre se  situaba en el centro. O, más que el hombre, habría que decir los hombres y las mujeres, porque para Marx el trabajo era sobre todo una actividad que se hace en colectividad en consonancia con el carácter social del hombre.

    No es necesario hacer grandes análisis para darse cuenta de que el sistema de producción capitalista, consolidado por la globalización y la permanente innovación tecnológica, cada vez aleja más y más esta idea marxista del trabajo y nos acerca a la alienación económica de la que el filósofo nos alertaba. Un tipo de alienación que comporta otros. El trabajador de nuestro tiempo –y, por extensión, el ciudadano- se encuentra alienado de su capacidad autorrealizadora, alienado del objeto producido y alienado socialmente. El puesto de trabajo difícilmente es un lugar donde socializar con los otros. Hoy es, sobre todo, un lugar donde competir, un lugar que aísla al hombre. Y a estos tipos de alienación tan bien descritos por Marx, todavía hay que añadir la alienación filosófica provocada por la manera como nos explican la realidad desde los medios de comunicación.

    La falsa realidad cuaja con extrema facilidad en nuestras conciencias, también en la de los sindicatos y las izquierdas. Si hace unos años luchábamos abiertamente contra las deslocalizaciones provocadas por la globalización, hoy, a la hora de hablar de este proceso global, hemos quedado impregnados de la justificación economicista que recibimos de los medios de comunicación. Y es sólo cuando colocamos el trabajo y la ciudadanía en el centro del debate, que acabamos descubriendo de qué va la globalización y la tecnología, y acabamos entendiendo la sorpresiva respuesta sociopolítica que están dando millones de trabajadores y ciudadanos.

    La globalización va de división internacional del trabajo y la tecnología, de ultra-especialización. En el actual modelo global de producción, los países del centro están tendiendo hacia sistemas productivos intensivos en capital –que necesita más tecnología e innovación que trabajadores- y, los países periféricos, hacia sistemas intensivos en mano de obra –donde se forman grandes excedentes de trabajadores baratos sin derechos laborales-. Y es en este modelo global de producción que el hombre es más que nunca una mercancía, más que nunca un instrumento para la cadena de producción. El trabajo se ha transformado en una actividad repetitiva y alejada de las capacidades humanas, en una actividad anuladora de la esencia humana. La globalización, mediante las nuevas formas descentralizadas de organizar la producción, está llevando al trabajador a la pérdida de la poca autonomía y libertad que le quedaban. Hoy, en este mundo global, el trabajo y el trabajador pertenecen a alguien que dirige el grupo empresarial desde miles de kilómetros de distancia. Y, en el peor de los casos, el trabajo y el trabajador pertenecen a una máquina que le ordena como organizar su tiempo y su producción.

    Mientras la sobreoferta mundial de mano de obra crece año tras año por el incremento de la productividad, y mientras la clase trabajadora se empobrece, el capital  generado por el proceso de globalización y la innovación tecnológica no hace sino acumularse sin ser redistribuido. Mientras el capital se mueve globalmente sin restricciones buscando donde sacar los mayores beneficios, por la parte de los trabajadores y los ciudadanos no se globalizan ni derechos, ni salarios dignos, ni condiciones de trabajo ni, por lo tanto, de vida. Y ante las pésimas consecuencias de la globalización ¿qué discurso estamos haciendo los sindicatos y la izquierda? ¿Está siendo basta contundente?

    La alternativa a la globalización no puede ser más globalización. Teniendo en cuenta el carácter internacionalista de nuestro sindicato, la respuesta tampoco pasa por apostar para que “nuestros” trabajadores se libren de formar parte de los países periféricos de trabajo intensivo y pasen a formar parte de los países del centro de capital intensivo. Porque ¿no sería ésta una forma enmascarada de proteccionismo? La alternativa a la globalización no es el proteccionismo del siglo XIX ni el cierre desmesurado de fronteras ni la defensa de discursos excluyentes. De hecho, las izquierdas todavía tenemos pendiente debatir a fondo la alternativa a la globalización. Es necesario hacer la diagnosis correcta. También la diagnosis sobre el auge de los movimientos y los discursos sociopolíticos excluyentes. Porque detrás los populismos y los ultranacionalismos, detrás de la victoria del Brexit y de Trump, hay una petición a gritos por parte de trabajadores y ciudadanos para volver a recuperar el control de las vidas y los trabajos. El suyo, como el nuestro, es un clamor contra la alienación económica provocada por la globalización capitalista.

    El miedo siempre llega en los momentos de incertidumbre y, en la actualidad, encontrándonos en medio de dos eras, nos queda mucha incertidumbre por adelantado. Frente a la dificultad de encontrar la decisión adecuada, la pregunta sindical a hacernos es si nuestras decisiones sociopolíticas alejan o acercan a los trabajadores hacia la alienación económica, si ayudan o no a la realización humana. Seguramente los sindicatos seamos los únicos con la organización que hace falta para luchar contra la alienación social del trabajo de la que nos alertaba Marx, los únicos con la capacidad suficiente para defender la humanización del trabajo.

    Barcelona, 13 de Enero de 2017