Revista Perspectiva | 21 noviembre 2024.

LA CUESTIÓN JUVENIL: Del trabajo precario a la imposibilidad de emancipación

    30/05/2018.

    Carlos Gutiérrez Calderón

    Secretario de Juventud y Nuevas Realidades del Trabajo

     

     

    En el libro “La cuestión juvenil ¿Una generación sin futuro?”, José Félix Tezanos y Verónica Díaz, realizan una pormenorizada radiografía de la situación que la juventud tiene en España. Resultado de este estudio señalan, con todos los matices posibles, que “no es inapropiado hablar de una cuestión juvenil de una manera similar a como en su momento se hablaba de una cuestión social, o una cuestión obrera; aun con todas las salvedades y diferencias que hacen al caso”. La exclusión laboral o subposicionamiento económico que sufrimos los jóvenes, subrayan los autores, suponen un “fallo sistémico en la dinámica de inserción societaria”, provocando frustraciones y alteraciones en los “modelos de pertenencia social que han funcionado en las sociedades industriales”. Es decir, esta situación de falta de trabajo o de precariedad laboral estructural supone que este sector social, relativamente homogéneo, quede fuera de las “relaciones sociales, posibilidades de identidad y sentimientos de pertenencia que van asociados al desempeño de un trabajo o una profesión”[1].

    ¿Existen visos de que esta situación débil que en el plano laboral sufrimos los jóvenes esté modificándose con la recuperación económica? La recuperación económica ha llegado. Esta es la idea que por tierra, mar y aire los responsables políticos del gobierno, ínclitos todólogos de tertulia e importantes medios de comunicación están intentando instalar en una sociedad desmoralizada y colonizada por el miedo al futuro, después de los durísimos años de una crisis económica que no tiene comparación en la historia reciente de España. Según esto quedarían atrás los tiempos de incremento del desempleo y de los duros recortes en nuestro Estado de Bienestar. Se abre, por tanto, un escenario prometedor. Como un tren – España – que atraviesa un tunel – crisis económica – ahora toca volver a la “normalidad”.

    ¿Pero cuál es esta “normalidad” para la juventud? A nuestro juicio la precariedad laboral que sufrimos los jóvenes no es novedosa sino que de forma paulatina pero constante se ha ido instalando desde hace largo tiempo. Este fenómeno no es casual. Es consecuencia del movimiento que vivimos de una sociedad industrial a una sociedad posidustrial, a las transformaciones de la empresa y de la gestión empresarial – de la Empresa Integrada a la Empresa Red –, en definitiva de la sociedad del empleo a la implantación de la precariedad como modelo social. La precariedad laboral no es una factura que hay que “pagar” por ser joven, no responde ya a una etapa – si alguna vez lo fue – sino que como una mancha de aceite se extiende entre todos los sectores sociales pero que de forma más dramática afecta a la juventud que se socializa en esta negada o débil inserción laboral. Nuestra hipótesis es que la crisis económica, las reformas laborales implantadas, junto a un escenario de hondas transformaciones tecnológicas, profundizan el despliegue de un modelo social caracterizado por la precariedad laboral y la desigualdad social. En esta dinámica la juventud continúa siendo el sector social más afectado.

    La juventud es un sector social que de forma constante ha perdido peso en la población española. En efecto, en el primer trimestre de 2005, según datos de la EPA, la población de 16 a 34 años se situaba alrededor del los 12,4 millones de personas y representaban el 28,67% del total de la población. Mientras, en el cuarto trimestre de 2017, esta misma franja de edad descendía hasta los 9,4 millones aproximadamente, lo que supone el 20,3%. Una caída de tres millones de personas y ocho puntos porcentuales. Este hecho no es baladí. Contribuir menos al total de la población es, dicho de forma cruda, es que nuestras prioridades, nuestros problemas, nuestros anhelos importan relativamente menos. Importantes transformaciones históricas, tanto en sentido progresista como reaccionario, se han explicado por el empuje de una juventud que conformaba un amplio y mayoritario sector social. El envejecimiento de la población es un cambio de profundas consecuencias en todos los ámbitos a corto, medio y largo plazo.

    Esta dinámica poblacional pareciera que es un fenómeno natural sobre el que nada se puede hacer. Pero sí se puede actuar sobre algunos de los factores explicativos. Es verdad que esta es una evolución compartida con otros países de la Europa occidental, y por tanto responde a cambios en los patrones de comportamiento de nuestras sociedades. Sin embargo, las dificultades para una inserción laboral sólida que permita la planificación y construcción de proyectos de vida a medio y largo plazo, la falta de medidas para la conciliación de nuestra vida profesional con nuestra vida personal y familiar junto con el infradesarrollo de nuestro estado de bienestar en lo que tiene que ver con los servicios públicos que den cobertura a las familias con hijos de 0 a 3 años así como a un mercado de la vivienda residencial que obstaculiza la emancipación de la juventud, son dimensiones sobre las que los poderes públicos pueden y deben actuar.

    Este menor peso de la juventud en la población total tiene su reflejo en la población activa. Si en el primer trimestre de 2005 los activos de 16 a 34 años alcanzaban el 42,56%, en el cuarto trimestre de 2017 descendía hasta el 26,92%. De casi 8,9 millones a aproximadamente 6,1 millones. Este hecho es resultado de la propia evolución de esta franja de edad de la población, como hemos visto, pero también del impacto de la crisis económica. Muchos jóvenes trabajadores por el impacto de la crisis económica perdieron sus trabajos, con el tiempo y la acción del desánimo y la frustración dejaron de buscar empleo pasando a formar parte del colectivo de inactivos y de aquellos que tuvieron que salir de España para poder encontrar una oportunidad laboral. Este hecho tiene una claro impacto en las franjas de edad de 16 a 19 años y de 20 a 24 años. La tasa de actividad entre 16 y 19 años que antes de la crisis, en 2007, llegó a situarse alrededor del 30%, hoy se sitúa en el 14%. Igualmente ocurre entre la juventud que se encuentra entre los 20 y 24 años. Antes de la crisis la tasa de actividad llegó a alcanzar el 70%, mientras que en la actualidad no alcanza el 55%. Hasta los 34 años las tasas de actividad son muy superiores (exceden el 80%) pero todavía son inferiores a las tasas alcanzadas antes de la crisis.

    Atendiendo al desempleo que sufre la juventud observamos de nuevo la diferencia entre las diversas cohortes de edad entre este sector social. La franja de edad entre los 16 y 24 años muestra una tasa de desempleo significativamente superior a la que presenta el total, pero cuantitativamente mucho menos debido a la menor población en esa franja y a las tasas de actividad reducidas que presentan. Antes de la crisis económica la tasa descendió del 20% de la tasa de desempleo, mientras que en el cuarto trimestre de 2017 esta tasa se situó en el 37,5% después de haber llegado a alcanzar alrededor del 50% en los peores años de la recesión económica. Entre los 25 y 29 años las tasas que se observan son notablemente inferiores. Si antes de la crisis se situaron por debajo del 10%, en la última encuesta de la EPA alcanzan el 21,7% después de haber alcanzado el 35%. Finalmente, aquellos que tienen entre 30 y 34 años la evolución es muy similar a la dinámica total. Si bien antes de la recesión la tasa de desempleo de este colectivo se situaba algo por debajo de la tasa de desempleo total, inferiores al 7%, con el impacto del shock económico se situó algo por encima y en la encuesta del cuarto trimestre de 2017 alcanza el 16,7%.

    Una primera conclusión de lo expuesto, que responde a cierto patrón de normalidad, es que aquellos jóvenes que se encuentran entre 16 y 24 años muestran una inserción laboral menor que el resto. Este hecho tiene que ver con que gran parte de este colectivo se encuentra realizando algún programa de estudios con la expectativa de tener una inserción laboral sólida en el futuro. En efecto, según los datos que ofrece la EPA del cuarto trimestre de 2017, el 95% de los inactivos de 16 a 19 años se encuentra cursando algún tipo de estudio, reglado o no. Entre los 20 a 24 años este porcentaje desciende levemente hasta el 88%. Finalmente, entre los 25 y 29 años y entre los 30 y 34 años el porcentaje se sitúa en el 54% y el 20% respectivamente. Dicho fenómeno debe inducirnos a reflexionar sobre el despliegue de una acción sindical diferenciada para estas diversas franjas de edad. Una que centre su acción desde el territorio con especial presencia en los centros de estudio, otra impulsada desde los centros de trabajo. Ambas interrelacionadas, mancomunando esfuerzos y voluntades de nuestras estructuras y espacios de juventud.

    Pero detrás de estos datos sobre la inserción laboral de la juventud debemos centrarnos en la calidad de dicha inserción. Resultado de esta calidad de la inserción la situación laboral de la juventud estará caracterizada por la seguridad y la suficiencia económica y promoverá una base solida para que los jóvenes podamos emanciparnos y formar una familia, o por el contrario nuestra situación se caracterizará por la inseguridad y la insuficiencia económica que impedirá u obstaculizará la emancipación del hogar familiar.

    La alta tasa de temporalidad ha sido el rasgo característico de nuestro mercado laboral. Desde que en 1984 se promoviera la contratación temporal como forma de combatir el desempleo, la tasa de temporalidad se incremento de forma notable. Desde 1990 y hasta antes de la recesión iniciada en 2008 se situó entre el 30-35%. Se ha conformado una cultura empresarial en torno a la temporalidad que tiene la funcionalidad de ser el mecanismo de ajuste ante la variabilidad del mercado. Con el inicio de la crisis económica las empresas se ajustaron no renovando estos contratos temporales. De esta forma, la tasa de temporalidad ha descendido estos últimos años. Sin embargo, con el inicio de la recuperación, de nuevo, esta temporalidad vuelve a dispararse y además presenta una mayor rotación.

    La juventud no es un sector social al margen de esta dinámica. Todo lo contrario. Es el colectivo más afectado por la temporalidad y por tanto por la inseguridad e incertidumbre ante el futuro laboral. En la franja de los 16 a 19 años la temporalidad se encuentra en el 86%, entre los 20 y 24 años en el 70%. Desciende entre los 25 y 29 años al 48%. El efecto más perjudicial de la temporalidad es la rotación laboral. Es aquí donde observamos el cambio fundamental de antes de la crisis a la fase de la recuperación. Si antes de la crisis el número de contratos por empleo temporal se situaba en 3,4 actualmente alcanza el 5,2 para los trabajadores de 16 a 29 años. Este aumento de la rotación se observa para todas las franjas de edad pero principalmente para los trabajadores de 16 a 19 años que se incrementa del 4,3 al 7,8. Una parte de la explicación deriva del incremento notable de los contratos temporales de muy corta duración y la alta rotación que presentan.

    Asimismo, a esta tasa de temporalidad en expansión, que es actualmente la segunda más alta de Europa por detrás de Polonia, se une el incremento de aquellos trabajadores que tienen un contrato a tiempo parcial. En efecto, sobre el total de ocupados casi el 15% se encuentra con contrato parcial. Este fenómeno se incrementa entre los más jóvenes. Entre los 16 y 19 años se sitúa en el 49%, entre los 20 y24 años en el 37%, entre los 25 y 29 años en el 21% y, finalmente, entre los 30 y 34 años en el 15%. Además, junto al incremento de estos contratos a jornada parcial han aumentado el colectivo de trabajadores que acceden a este tipo de contratos por no haber podido encontrar un trabajo a jornada completa, es decir, involuntarios. A nivel global esta involuntariedad se sitúa en el 57% del total de trabajadores con contrato a jornada parcial. Mientras entre los colectivos más jóvenes esta involuntariedad desciende, situándose en el 30% entre  la franja de los 16 a 19 años, para de forma sostenida ascender entre los siguientes intervalos de edad. Entre los 20 y 24 años alcanza el 53%, entre los 25 y 29 años se sitúa en el 68% y, por último, entre los 30 y 34 años en el 64%. Este hecho tiene sentido porque los más jóvenes compatibilizan un programa de estudios con un trabajo que les dote de cierta autonomía económica. Así el 56% de los ocupados de 16 a 19 años indican que el motivo de la jornada parcial es por encontrarse  impartiendo estudios de enseñanza o formación.

    Pero la temporalidad y la alta rotación que presenta, así como las jornadas parciales involuntarias, no son las únicas lacras de la juventud. Hechos no medibles por las estadísticas oficiales también sitúan a la juventud en una situación de debilidad laboral. En primer lugar, el fraude en las prácticas no laborales. Un colectivo muy importante de jóvenes se ven obligados a realizar unas prácticas no laborales para finalizar su programa de estudios – curriculares – y otro colectivo se ve obligado a realizar prácticas no laborales que no forman parte del programa de estudios – extracurriculares – como forma de adquirir experiencia. Un número indeterminado pero cuantioso de este modelo de prácticas se encuentran en fraude porque no garantizan el hecho formativo que conllevan sino que encubren relaciones laborales. Por otra parte, nos encontramos con los llamados “falsos autónomos”. De cuantía también indeterminada pero creciente con la irrupción de las llamadas plataformas digitales y la promoción de este tipo de salidas individuales a través de iniciativas como la tarifa plana de autónomos.

    Si la calidad del empleo sitúa a la juventud trabajadora en la inseguridad y la incertidumbre como forma de vida, la evolución salarial derivada de la profunda devaluación que se ha producido durante la última década sitúa a la juventud en un contexto de insuficiencia económica. En efecto, si en 2006 el 37,6% de los trabajadores de entre 16 y 24 años se situaban en los deciles 1 y 2, con salarios medios de 471,22€ y 795,65€ respectivamente, en 2016 el porcentaje ascendía al 54,3%, con salarios medios de 461,59€ y 840,20€ para el decil 1 y 2 respectivamente. La juventud entre 25 y 34 años muestran también un incremento de aquellos que se ubican en los dos primeros deciles al haber evolucionado del 19,4% en 2006 al 24,7%, con salarios medios en 2006 para el decil 1 de 487,61€, el decil 2 de 803,76€ y en 2016 para el decil 1 de 488,42€ y para el decil 2 de 860,14€.

    Unido al contexto laboral de la juventud caracterizado por la inseguridad y la insuficiencia económica aparece el ya clásico obstáculo a la emancipación juvenil: el acceso a la vivienda residencial. Tras unos años de caída del precio de la vivienda tanto en propiedad como en alquiler se observa un incremento sostenido desde hace algunos años principalmente en las grandes metrópolis. Es subrayable el incremento de los precios del alquiler de la vivienda residencial. El acceso a la vivienda podrá ser de nuevo un resorte de movilización de la juventud, ya existen movimientos que se están organizando (sindicatos de inquilinos) en las grandes ciudades. El sindicato no puede evitar el debate y debe aspirar a realizar una propuesta para la regulación del derecho efectivo a la vivienda, una propuesta sobre emancipación juvenil que nos permita proyectarnos entre este sector social como una organización que se preocupa y ocupa de sus problemas, que van más allá de la situación laboral. Fortalecer nuestro carácter sociopolítico con una clara voluntad de conectar con las generaciones más jóvenes.

    Las consecuencias de la situación laboral de la juventud y de un mercado de la vivienda residencial son preocupantes. Según el observatorio de emancipación del Consejo de la Juventud de España únicamente el 19,4% de las personas entre 16 y 29 años había logrado emanciparse del hogar familiar en el tercer trimestre de 2017. Este es el peor dato desde 2002. La edad media de salida del hogar familiar se sitúa en 29 años mientras que la media europea se encuentra en 26,1 años o en países como Suecia desciende hasta los 19,7 años. Asimismo según esta misma entidad el 38,2% de las personas de 16 a 29 años se encuentran en riesgo de pobreza.

    Ahora que nos encontramos en la recuperación económica, tan anunciada como poco sentida por los trabajadores, debemos exigir no volver a la normalidad de precariedad laboral que largo tiempo llevamos sufriendo los jóvenes. Desde CCOO tenemos que canalizar las preocupaciones y demandas entorno al empleo y la emancipación que surgen entre las jóvenes generaciones. Para ello es central exigir mejoras en la calidad en el empleo e incrementos salariales que pongan fin a la devaluación salarial. Pero también es necesario fortalecer nuestro carácter sociopolítico construyendo una propuesta sobre acceso a la vivienda y emancipación juvenil. Es tiempo de reivindicar que la mejora económica nos llegue a los de abajo. Es tiempo de exigir una distribución justa.

    [1] Tezanos, J.F. y Díaz, V. 2017: La cuestión juvenil ¿Una generación sin futuro”, Ed. Biblioteca Nueva

    Madrid, 30 de Mayo de 2018