Revista Perspectiva | 14 marzo 2025.

Correlación de fuerzas y democracia económica

    16/07/2018.

    Ignacio Muro Benayas

    Miembro de Economistas frente a la crisis

    Soy de los que defiende que, en este momento histórico, es fundamental introducir el objetivo de la Democracia Económica, así con mayúscula, para las fuerzas del trabajo.  Participo de una Plataforma que presenta en esta misma revista su manifiesto fundacional y que es consciente de la necesidad de repensar y poner el día ese concepto.

    Pero ello no me impide ser consciente de otros argumentos que muestran escepticismo ante la conveniencia de darle importancia en la estrategia sindical. Quizás identificando ese objetivo con batallas exclusivamente institucionales o legislativas, vienen a recordar que cualquier objetivo de democratización depende en última instancia de la correlación de fuerzas existente en la batalla social. Recuerdan, con razón, experiencias en las que representes de CCOO disponían de más información y más capacidad de negociación sobre el futuro de una empresa europea que sus homólogos alemanes, por mucha legislación favorable sobre cogestión que tuvieran.

    Asumo, por tanto, que una parte central del debate es el de la correlación de fuerzas, una cuestión que, yendo al hueso del asunto, tiene varias derivadas: de un lado, asumir si existe, o no, una debilidad creciente de las fuerzas del trabajo y cuáles son las razones, sean objetivas o subjetivas, que la causan; de otro, si es que se asume esa debilidad, el de la forma de mejorar esa correlación y el papel asignado a la lucha por la “democracia económica” en esa situación.

    En el poco espacio que me permiten estas líneas anticipo que defiendo que esa debilidad existe y que tiene, fundamentalmente, causas objetivas. Pero también deficiencias que caben en el apartado de “subjetivas: porque la debilidad actual es imputable también, en parte, a la actitud de los sujetos sociales que no han alumbrado una batería de derechos colectivos y de argumentos económicos consistentes que dibujen, como futuro deseado, un horizonte de democracia económica para la humanidad.

    Por tanto, considero que un factor fundamental para el cambio en la correlación de fuerzas es precisamente establecer objetivos y políticas que ofrezcan un modelo social alternativo que solo podrá implementarse si las batallas sociales combinan ambiciones máximas y realismo.

    Las razones objetivas de la debilidad del trabajo

    De forma algo esquemática expongo los argumentos que la avalan:

    La tesis que concedía a la clase obrera un papel determinante como sujeto histórico de transformación tenía que ver con factores objetivos que la otorgaban una fuerza social singular medida en términos materiales. Gramsci insistía en los años 30 del siglo pasado que su peso político no tenía nada que ver con idealismos de ningún tipo, era algo “independiente de la voluntad de los hombres”, consecuencia de una correlación de fuerzas sociales estrechamente ligada al grado de desarrollo de la producción capitalista. Tenía una base material, objetiva, “que puede medirse con los sistemas de las ciencias exactas o físicas” y se expresaba en aspectos concretos tales como “el número de las empresas o de sus empleados, el número de las ciudades con la correspondiente población urbana”, es decir, tenía que ver con la concentración territorial y sectorial de las fábricas y con el tamaño de sus plantillas.

    Esa fuerza material, cohesionada, compacta, homogénea, confería a la clase obrera un “grado de homogeneidad, de autoconciencia y de organización” suficiente para aspirar a la mayor autonomía ideológica y política, capaz por tanto de enfrentarse a las oligarquías económicas dominantes y disputarla “la hegemonía, los consensos, el sentido común”, algo mucho más difícil para otros grupos sociales cuyo papel en la producción y su dispersión física les condenaba a un rol subalterno, disgregado y episódico.

    Pero la evolución del capitalismo (derivados en parte de las luchas sociales que dieron como fruto el Estado de Bienestar) y los cambios tecnoeconómicos que abrieron las puertas a la globalización, singularmente los derivados de las TIC y ahora de la economía digital, introdujeron e introducen numerosas variantes de fragmentación social, asociadas desde el principio a los fenómenos de externalización y deslocalización, donde antes había concentración y cohesión.

    Como consecuencia, los trabajadores han perdido capacidad de presión e intimidación social y, en consecuencia, capacidad para sostener la iniciativa política. Si la práctica social del presente se sustenta hoy en la “defensa de derechos” conquistados en las batallas del siglo pasado (negociación colectiva, derechos laborales, sanidad, pensiones…) es, en buena medida, porque su debilidad objetiva le obliga a adoptar comportamientos defensivos típicos de una clase subalterna cuyo papel se caracteriza, decía Gramsci, por su incapacidad para “imponer reivindicaciones propias” a no ser las de “carácter reducido y parcial”.

    El que las leyes laborales tiendan a sacralizar el poder unilateral del empresario, el debilitamiento de las políticas de concertación, el que se niegue a comités de empresa y secciones sindicales la más mínima información sobre resultados, presupuestos y estrategias empresariales es la expresión de que esa debilidad del trabajo está ya interiorizada por la clase empresarial.

    Esa debilidad, asociada a la dispersión de efectivos, tiene peores consecuencias si las miramos desde una perspectiva histórica: facilita el retorno al capitalismo más primitivo. La complejidad y globalidad de los procesos productivos y tecnológicos alimenta paradójicamente las formas de trabajo y explotación más simples. El trabajo intelectual gana parcelas al manual pero los profesionales más cualificados son arrastrados el desempleo y la precariedad. Las tecnologías permiten trabajar en red pero la penosidad y el riesgo laboral se sufren en solitario.

    Estamos en una fase histórica caracterizada por la pérdida de posiciones y batallas en la lucha de clases. Si su duración se prolonga y todo apunta a que las tecnologías digitales aumentarán la fragmentación, dando viabilidad a las microtareas, estamos obligados a abrir todos los cauces que faciliten la resistencia y otorguen presencia a las fuerzas del trabajo.

    Democracia económica, una aspiración que merece estar siempre presente

    Si la realidad se parece a esta descripción estamos obligados a contribuir a dar una respuesta adecuada acertando en planteamientos que hagan avanzar hacia el progreso social  con objetivos y políticas que ofrezcan un modelo social alternativo. En mi opinión, la Democracia Económica es la aspiración que resume ese modelo y puede servir como conexión entre un nuevo relato social y nuevas formas de organización y de lucha.

    La dialéctica de la historia enseña que nada es eterno, que la actual debilidad es la razón de fortalezas futuras. Es obvio que donde hay desigualdad e injusticia hay resistencia. En la medida en que mutan los poderes empresariales, cambian las mismas empresas y la organización productiva. En la medida que las formas de control social evolucionan, cambian las naturalezas de los conflictos y la naturaleza de las resistencias.

    La importancia del sindicalismo se detecta por las consecuencias de su ausencia. Pero su surgimiento exige saber reiniciarse desde los eslabones muy bajos. Prestar atención a cualquier resistencia espontánea es esencial. Partiendo del extremo individualismo fraguar cualquier planteamiento colectivo es una evolución positiva en la toma de conciencia como grupo social. En ese camino, asumir el riesgo de la corporativización de las luchas es imprescindible, forma parte del crecimiento hacia una mirada más amplia, sociopolítica. Crecer en escala es crecer en organización y conciencia.

    La democracia económica es un objetivo estratégico que debe y puede alimentar soluciones en situaciones diversas, a la defensiva o a la ofensiva. No solo cuando se está muy fuerte sino también en situaciones de debilidad. Acumular fuerzas supone no desaprovechar la participación en el capital de las empresas capitalizando sacrificios cuando son imprescindibles los ajustes. Es también un modo de obtener como trabajador-accionista la información y los derechos que se le niega como mero trabajador.

    Crecer en conciencia colectiva también se puede hacer reclamando posiciones de control. Es ilógico que si la apropiación de los incrementos de productividad genera beneficios crecientes, cuanto mayor sea su dimensión mayor sea la exclusión de los trabajadores en la gestión de las empresas. Si se socializan los riesgos, se debe tener derecho a reclamar la socialización de los beneficios.

    El relato sindical debe ser más ambicioso. Cuando los procesos se fragmentan y las conexiones físicas desaparecen, cuando los lazos tangibles se debilitan más importante es saber desarrollar lazos intangibles. Cuanto más individualizada sea la relación social más importantes son el discurso y la capacidad de emocionar y convencer, cuanto más leves las conexiones físicas mayores las virtuales, cuanto más compleja sea la forma en que se socializan las relaciones sociales más importante el discurso que alienta y une esa amalgama de intereses.

    Ese discurso, necesariamente asociado a la Democracia Económica, debe combatir las mentiras sobre los modos dominantes de crear valor que desprecian el trabajo y lo productivo y ensalzan planteamientos financieros y rentistas.

    Puede que la tarea sea inmensa y cargada de riesgos pero no creo que exista camino alternativo.

    Lunes, 16 de Julio de 2018