Revista Perspectiva | 26 abril 2024.

Relato ganador 2018

    30/04/2018.

    CINCO REGLAS DE PLOMO

    Francisco Javier de la Cruz González

    Un año más, la sala polivalente de la empresa lucía acogedora. Jorge, el empleado de la limpieza, pasaba el trapo sobre las patas de la mesita en la que se situaba un solitario proyector.

    Se abrió la puerta y un espigado tipo vestido completamente de azul se asomó y recorrió con la vista las disciplinadas filas de sillas vacías. Miró su reloj y se marchó con gesto cariacontecido. La puerta se abrió de nuevo, dando paso a los risueños Luca y Ander. Fieles a su costumbre, ocuparon su sitio en la penúltima fila, junto a la ventana.

    Me estoy rayando, Ander. ¿A qué hemos venido aquí? No hay nadie... Jorge, amigo, ¿me puedes explicar por qué solo hay sillas y ese proyector?

    No tengo ni idea. Me ha encargado el nuevo que lo coloque, pero no me ha explicado más. Es un poco rarito. Yo me voy, ahí os quedáis; supongo que ahora llegará el resto de los convocados. Vaya darle su gorra azul; se la ha dejado sobre la mesita.

    El tipo de azul entró una vez más, acompañado por un musculado mocetón que vestía un traje de neopreno negro, un cinturón amarillo y una capa, también negra. Tras ellos, otro personaje ataviado con unas mallas de color rojo intenso y una ceñida camiseta de idéntico color; unas botas doradas de media caña completaban su singular vestuario. Ambos tomaron asiento en la primera fila y permanecieron callados, parapetados tras los antifaces que ocultaban parcialmente su rostro.

    Un coro de voces y risas anticipó la llegada de los técnicos de mantenimiento. La algarabía cesó tan pronto divisaron a los singulares personajes. La sorpresa les llevó a sentarse en la última fila.

    El silencio en la sala era absoluto. La entrada de una fémina ataviada con una exigua falda azul, estampada con múltiples estrellitas azules de cinco puntas y un maillot rojo que dejaba al descubierto sus hombros, sobre los que reposaba levemente una pequeña capa también de color rojo, al igual que sus medias, llevó el silencio al extremo y comprometió más de una respiración.

    Ander señaló la puerta con la vista, intentando llamar la atención de Luca sobre la aparición de dos nuevos personajes. En ese momento, el tipo de azul indicaba a otro fornido adonis que ocupara alguno de los sitios libres. El corazón de Luca multiplicó por dos su frecuencia cuando el apolíneo galán de mallas verdes y torso desnudo se sentó junto a ella, ante los atónitos ojos de Ander, cuya frecuencia cardiaca también se desbocó con un factor de corrección, en su caso cercano al tres.

    Los acontecimientos se sucedían. Todo el personal de administración y de producción llegó a la vez. Entre ellos se coló un personaje equipado con una especie de chándal plateado adherido a su cuerpo como una segunda piel, atavío que le confería un aspecto metálico; no obstante, lo que más llamaba la atención era la media máscara que cubría el lado izquierdo de su cara, en la que únicamente destacaba una gran lentilla opaca de color rojo.

    Doña Rosa, jefa de la empresa y Penélope, directora de recursos humanos, fueron las últimas, junto a Jorge, en entrar, completando el aforo de la sala. En la empresa se tomaban muy en serio todo lo relativo a la formación incluida la de prevención de riesgos laborales.

    El tipo de azul movió su mano, haciendo ademán de invitar a pasar a más gente a la ya repleta estancia. Cinco nuevos personajes entraron en ordenada fila y se situaron de pie frente a los atónitos ojos de los asistentes, con la excepción del último de ellos que avanzaba en una silla de ruedas.

    Sin previo aviso, el personaje de mallas y camiseta roja se puso en pie y avanzó hasta ponerse junto a un joven de la fila recién formada que mostraba un brazo en cabestrillo y una gran cicatriz que cruzaba su frente de lado a lado. El joven lastimado tomó la palabra.

    Trabajo de repartidor de paquetería. Soy autónomo y estoy geolocalizado. Me pagan un precio fijo por paquete; da igual que sea grande o pequeño, que lo entregue cerca o lejos, que el destinatario esté o no... en definitiva, voy cepillado a todos sitios. ¡Soy Flash!

    A continuación, un hombre enjuto, con la piel de la cara surcada por grandes arrugas, hizo una seña al adonis de mallas verdes para que se aproximase a la fila junto a él.

    Mi vida discurrió en la mar hasta que un infarto puso fin a mi singladura. Las jornadas nocturnas, los ritmos de trabajo, las jornadas sin descanso, los días de mala mar... nunca hicieron mella en Aquaman. Nada se me ponía por delante. Ingenuamente pensé que el dinero ganado compensaba mi sacrificio; me creía invencible.

    La fémina de minifalda azul tomó con suavidad la trémula mano de una joven de similar edad.

    El éxito en mi carrera profesional me hizo sentirme como una diosa en posesión del lazo de la verdad. Subí a la cumbre... y una vez arriba me metí todo lo blanco y de colores que pude para seguir instalada en el poder. Por algo soy Wonder Woman.

    El varón de la silla de ruedas tomó la palabra a continuación.

    Para un Cyborg, no se han inventado reglas de oro que lo detengan. ¡Qué importan miles de voltios cuando uno se siente inmortal! Bueno..., en realidad, ahora que tengo más tiempo para pensar, postrado en mi silla, me he dado cuenta de lo equivocado que estaba.

    Finalmente, el musculado mocetón del neopreno negro dio un paso al frente y se situó junto a un señor de mediana edad, vestido, a su vez, con un impecable traje azul marino de corte italiano.

    Yo, en realidad, no tengo ningún poder especial como mis compañeros... pero lo que sí tengo es pasta, mucha pasta, como Batman. Ese dinero, y la falta de escrúpulos para amasar más, me han permitido aprovecharme de todos los inocentes e indefensos que he podido explotar, lo reconozco. Claro que, las reglas del juego, y los taimados que se inventaban esas reglas, también me lo pusieron fácil. Vosotros me entendéis, ¿verdad?

    El tipo de pantalón azul, camisa azul y gorra azul pulsó el botón del proyector. Una única frase se mostró en la pantalla del aula: “La Liga de la Justicia está bien para el cine; en el mundo real, los verdaderos superpoderes radican en la formación, la información, la gestión, la integración, el sentido común...” Sin mediar palabra, el nuevo técnico de prevención abandonó la sala seguido por La Liga de la Justicia, mientras en la sala permanecían en pie, excepto uno, los miembros de la otra liga, la de la injusticia y precariedad.