Revista Perspectiva | 19 abril 2024.

La nueva importancia del territorio en la acción sindical

    22/05/2020. Paco Rodríguez de Lecea, sindicalista, jubilado, miembro del Consejo de Redacción de la revista digital Pasos a la Izquierda
    Vías de tren | Pixabay.com.

    Vías de tren | Pixabay.com.

    Un poco de historia

    Las Comisiones Obreras nacieron estrechamente ligadas al territorio. En la época anterior a la legalización, la implantación del nuevo movimiento se hacía de centro a centro de trabajo, pero no por ramas y sectores de la producción y los servicios sino por proximidad geográfica. En la gran oleada de huelgas que marcó el final del franquismo y los inicios de la democracia, la extensión de las luchas y el apoyo solidario se aseguraban a través de coordinadoras locales interrama y de entidades radicadas en la población, el barrio, el sector o el polígono: asociaciones de vecinos, parroquias, movimientos de mujeres, recogidas solidarias de fondos de resistencia en los mercados, etc.

    Tampoco fue un problema en ese primer momento la relación entre el nuevo movimiento sociopolítico y los partidos, aún clandestinos o recién emergidos a la superficie. Los partidos se nutrieron de cuadros y de militantes obreros jóvenes, y acrecentaron de esa forma su base social y su influencia. Por su parte, los sindicalistas fogueados en las fábricas tuvieron ocasión de beneficiarse de la mayor experiencia y del horizonte cultural más amplio presentes en la política de los partidos, y en algunos casos también de la formación política y económica que se impartía dentro del partido a los militantes de los “movimientos de masas”, como los llamaban.

    Fue más tarde cuando aparecieron problemas en los dos frentes. El esfuerzo organizativo de la central sindical ya en la legalidad se dirigió sobre todo a mejorar y unificar mediante la negociación colectiva las condiciones de trabajo por ramas y sectores, y de preferencia en los ámbitos estatal o provincial. De alguna forma la “fábrica”, el taller, la oficina, o más en general el lugar de trabajo, se despegaron del territorio en el que estaban radicados, en beneficio de una mayor proximidad virtual entre empresas o centros distantes entre sí pero dedicados al mismo tipo de producción.

    En relación con los partidos, un funcionamiento en amplia medida “taylorista” (el partido tomaba las decisiones, el sindicato las ejecutaba) derivó hacia contradicciones y encontronazos crecientes. En los estatutos de la Confederación figuraba de forma destacada la independencia del sindicato respecto de los partidos; pero los comités centrales solían entenderla como una independencia “hacia afuera”, hacia las bases sindicales sin afiliación política, y no “hacia dentro”, porque en la casa la norma válida seguía siendo el centralismo democrático, es decir la obediencia estricta a las decisiones democráticamente adoptadas por la dirección.

    Las carencias heredadas

    La fase cambió, ya antes de los cruciales años noventa que vieron la desaparición práctica de los partidos “tal como eran”; pero las dos deficiencias mencionadas han dejado secuelas. Por una parte, a pesar de los cambios en el modelo de empresa con la consolidación de un nuevo paradigma productivo y tecnológico de una forma tan repentina como arrasadora (desprofesionalización, “flexibilidad”, externalizaciones y deslocalizaciones, cortoplacismo en la toma de decisiones, rotación creciente y precarización generalizada del empleo), el sindicato no ha cambiado aún en lo sustancial su esquema organizativo asentado en grandes federaciones de rama o sector, un modelo que se adecuaba bien a una organización fordista de la producción, pero que hoy aparece progresivamente “en precario”, en más de un sentido.

    De otro lado, la distribución tácita de funciones entre partido y sindicato de la etapa anterior se ha prolongado en una situación en la que, rota definitivamente la “correa de transmisión”, el sindicato ha seguido en alguna medida la misma rutina de trabajo. El modelo de negociación de las grandes empresas no se ajusta a las necesidades de las medianas y pequeñas, ni a las condiciones de precariedad, ni a las modalidades de flexibilidad; y por muchos esfuerzos que se realizan, algunas condiciones no se superan a través de la negociación colectiva. La ruptura de las cadenas de valor produce tantas disrupciones como modelos de ganancia existan, incluidas las provocadas por la financiarización o la especulación.

    Dando la vuelta a la tan repetida formulación de Norberto Bobbio, sigue siendo cierto que la democracia no se debe detener a las puertas de la fábrica; pero como los trabajadores y las trabajadoras entran y salen de la fábrica en una rotación cada vez más rápida, hace falta además extender esa democracia, peleada dentro de la fábrica, de puertas afuera, a un entorno personal, social y geográfico que aparece cada vez más constreñido y más propicio a la marginación y a nuevas formas de servidumbre.

    Al abrir las puertas de la fábrica, lo que aparece al otro lado son personas “de bulto redondo”, con una vida, una historia y unas expectativas; y un territorio, no abstractamente administrativo, sino poliédrico, correspondiente a una geografía determinada y dotado, o no, de un patrimonio material y cultural, de unas características históricas y ecológicas determinadas, y de una red muchas veces reducida e insatisfactoria de servicios comunes: sanidad y asistencia social; centros educativos y de formación permanente; vivienda; políticas activas de empleo; consumo, relación, ocio, participación.

    Teniendo en cuenta las características actuales del trabajo heterodirigido, la movilidad extrema del “lugar” de trabajo, la ambigüedad de la relación laboral misma, la flexibilidad infinita en los horarios, es necesario que la acción del sindicato se esfuerce por cubrir y amparar situaciones que antes le eran ajenas, para una protección adecuada de la vida entera de personas crecientemente desempoderadas y privadas de derechos. Una protección que, para ser eficaz, no puede limitarse al lugar y el tiempo del trabajo, sino que debe extenderse al lugar y el tiempo de la vida, a todo el hábitat complejo en el que se enmarcan trabajo y vida.

    Para decirlo con una fórmula sintética del sociólogo italiano Aldo Bonomi, es tarea del sindicato reunir la conciencia de clase y la conciencia de lugar.

    La conciencia de lugar adquiere hoy mayor trascendencia por el hecho de que las empresas con grandes cifras de negocios se deslocalizan a efectos fiscales y tienden a convertirse en artefactos jurídicos sin patrimonio material, sin plantilla fija y con sede legal en paraísos fiscales blindados.

    La respuesta sindical adecuada no puede ser la de “transnacionalizarse” a imitación de la contraparte, en la negociación de las condiciones de trabajo. Sería un despegue aún más considerable respecto del territorio y de la base social. No es una cuestión viable, ni asumible, por más que son necesarias las acciones coordinadas de carácter internacional, para no vincular al Estado “nacional” reivindicaciones que dependen de decisiones transnacionales.

    Pero tampoco puede consistir esa respuesta en la asunción de un protagonismo principal del sindicato en la labor de una protección completa a todos los aspectos de la vida de las personas que trabajan. Ese “pansindicalismo” sería ineficaz y además indeseable. De puertas afuera del lugar de trabajo, la tarea del sindicato puede consistir en cambio en incidir, estimular y colaborar con otros organismos, instituciones y movimientos variados asentados en el territorio, cada uno de ellos dotado de su propia esfera de autonomía. Potenciando, así, el eje sociopolítico que ha sido abandonado en algunos períodos.

    Dicho de otro modo. El sindicato empobrece su significación y su representación si se autolimita a la labor muy especializada de un organismo experto en negociar con la “libre empresa” soluciones técnicas dirigidas a mejorar los niveles salariales, los tiempos de trabajo o las condiciones ambientales, de higiene y de seguridad en la prestación física del trabajo. La presencia del sindicato en el universo plural del trabajo tiene necesariamente que ir más allá, sin desnaturalizar su función esencial. El norte de su actuación es siempre la consideración del trabajo humano, no como una mercancía, sino como un vehículo necesario para la vertebración social y la autorrealización personal. Ese objetivo exige de la gran casa sindical formas nuevas de organización, de relación y de representación más allá del lugar estricto de trabajo.

    El sindicalista y filósofo italiano Riccardo Terzi explicaba así esta vertiente de la acción sindical, en un Seminario para cuadros de la CGIL en Bérgamo, 16 marzo 2015: «En los años de oro, la gran fábrica era el corazón del movimiento. Hoy las cosas son distintas y es necesario considerar la relación fábrica-territorio, ver a los trabajadores no solo en el ejercicio de su trabajo sino como miembros de una comunidad, ver en consecuencia la condición social en su conjunto, organizar no tanto el trabajo como sistemas territoriales, en relación con otros cuerpos sociales intermedios. Mientras que la política tiende a centralizar, nosotros podemos construir alianzas, un asociacionismo capaz de llegar también a la red institucional de los municipios, de las regiones, hacer del sindicato un sujeto activo en un proceso abierto, pero intentando representar todo lo que hoy no está representado, pedazos del mundo del trabajo que carecen de representación o que tienen una representación muy débil, en precario…» (1)

    Ciertamente, este enfoque configura al sindicato como sujeto no solo social sino político, aunque político de “determinada manera”. El carácter sociopolítico ha estado presente desde los inicios del movimiento de las Comisiones Obreras. Recientemente lo han reafirmado entre nosotros José Luis López Bulla y Javier Tébar Hurtado, en un artículo publicado en InfoLibre que comienza del modo siguiente: «El sindicalismo confederal es independiente de todos los partidos políticos, pero no es indiferente al marco institucional que construye la política. Está fuera de duda la beligerancia del sindicalismo para lograr un marco político-institucional que defienda, propicie y amplíe los derechos sociales y la reducción de las desigualdades.» (2)

    Los problemas acuciantes que reclaman una intervención sindical en el territorio

    Julián Sánchez-Vizcaíno expuso así, hace ya algunos años (Nueva Tribuna, 10.5.2012), el núcleo “duro” de esta cuestión pendiente para el sindicato:

    «En este periodo histórico la defensa de los intereses sociolaborales del conjunto de las clases subalternas hace necesario movilizar y poner en valor los recursos del Sindicato para intentar ofrecer soluciones a los trabajadores y trabajadoras no solo en el centro de trabajo, o en el ámbito institucional de la concertación social, sino también de forma prioritaria para abordar las consecuencias derivadas de la precariedad y la deslaboralización, desplegando acciones solidarias de proximidad, poniendo en marcha experiencias de apoyo sociolaboral y a la auto-organización, la formación y el cooperativismo en los núcleos urbanos en los que se concentra la población más vulnerable al paro o la inseguridad, y que encuentra su identidad y sus tiempos de vida en el lugar de residencia, más que en el lugar de trabajo, tan precario como su relación laboral.» (3)

    Si desgranamos uno a uno los problemas diferentes, sin ánimo de ser exhaustivos, esto es lo que nos encontramos:

    Las deslocalizaciones y externalizaciones de todo tipo que ocultan las cadenas de valor, y las nuevas formas de organizarse las empresas (singularmente, las llamadas “plataformas”).

    El desempleo: trabajadores/as sin trabajo. En algunos casos, de larga duración.

    Los cuidados: trabajadores/as con un trabajo no remunerado.

    El mundo flotante de los falsos autónomos, de los falsos emprendedores y de los falsos socios de cooperativas. En una palabra, los trabajadores que se explotan a sí mismos hasta agotarse en la ambición de un ascenso social que nunca llega porque no hay currículos ni méritos que consten en ninguna parte, y cada día es necesario volver a empezar desde cero.

    Las nuevas formas de la prestación laboral “a demanda”, que conducen a un estar a disposición del empleador en horarios exhaustivos 7x24, todas las horas de todos los días de la semana.

    La necesidad de conciliar trabajo y vida, producción y reproducción. Con incidencia muy especial para las mujeres, implicadas en primera línea en esa contradicción.

    El problema de la representación y la tutela jurídica de quienes no están representados ni tutelados, o lo están de forma manifiestamente insuficiente.

    Los socorros mutuos, bella tradición del movimiento obrero desde sus inicios en la época de la primera revolución industrial. En una comunicación reciente, Gabriel Abascal ha difundido una experiencia ejemplar al respecto (4).

    Las nuevas formas de cualificación y recualificación que puedan evitar la exclusión social o la dualización ante los desafíos de la digitalización, la automatización y las nuevas tecnologías en la producción o los servicios (5).

    4. Y una última razón, no menor, para la acción sindical en el territorio

    En su último libro publicado en vida, Inequality, What Can Be Done? (2014), el economista Anthony B. Atkinson enumeró una serie de “propuestas más radicales” (more radical proposals) para combatir la desigualdad creciente. Después de señalar a modo de provocación que «se habla de la tecnología como si viniese de otro planeta y acabara apenas de aterrizar en la Tierra», incluyó entre dichas propuestas la siguiente: «La dirección del cambio tecnológico debería ser una preocupación explícita de los políticos, y estos deberían estimular la innovación tendente a aumentar la empleabilidad de los trabajadores y enfatizar la dimensión humana en la oferta de servicios.»

    En su argumentación de la medida, Atkinson mencionó la insuficiencia, cuando no la falacia, de medidas tales como la bajada de impuestos, la promoción de la libre competencia, la flexibilización del trabajo o las privatizaciones.

    Señaló asimismo que dejar la innovación en manos de intereses oligopólicos tan poderosos como los que representan Google, Amazon o Uber, es dejar libre el campo para una tecnología concebida como el instrumento de dominación más sofisticado e irresistible que haya conocido el género humano. La tecnología no es neutral en sí misma: debe ser dirigida políticamente, desde los poderes públicos, los cuerpos intermedios y la acción colectiva de la ciudadanía.

    Entre esos “cuerpos intermedios” mencionados por el prestigioso economista, sin duda ha de estar presente el sindicato. Desde su autonomía, el sindicato puede y debe implicarse en participar en una “dirección” consciente de la innovación, hacia objetivos de mayor ocupación y bienestar social, y no como promoción de la ganancia privada.

    En relación con el territorio, eso representa rescatar una idea renovada de “comunidad”, de lo “común” a personas diferentes que viven en un mismo entorno geográfico. Pero no el tipo de comunidad cerrada, alimentada por el rencor, que desconfía de todo lo que es distinto y de lo que supone una novedad; sino una comunidad inclusiva de la diversidad y favorecedora de la igualdad y de la representación adecuada de esa diversidad.

    Desde ese tipo de comunidad concebida como proyecto común, es posible abordar una transformación de largo alcance y sostenible del modelo de desarrollo, del cuidado escrupuloso del medio ambiente, del arrumbamiento de los estereotipos de género y de nuevos modelos de formación profesional, de aprendizaje a lo largo de la vida, que promuevan una ciudadanía activa sin exclusiones.

    Hoy estamos situados frente a grandes desafíos: la llamada “revolución verde” representa un objetivo global para el planeta, pero también oportunidades de recuperación económica de la llamada “España vacía”, mediante la instalación estratégica de nuevas plantas tecnológicamente avanzadas productoras de energías limpias: solar, eólica, hídrica, geotérmica. Esa nueva industria energética tendrá capacidad para revitalizar regiones atrasadas y atraer a ellas población joven y nuevo empleo.

    La puesta en valor del inmenso patrimonio cultural de nuestro país, y su inserción en una oferta turística más valiosa y consistente que el consabido “sol y playa”, es otra ventana de oportunidad que no se debe desaprovechar. Nuevas iniciativas sostenibles protagonizadas por nuevos actores económicos pueden generar nuevo empleo y una puesta en valor de poblaciones y comarcas afectadas por una larga decadencia. Eso significa planificar estratégicamente las políticas activas de empleo y en particular una formación profesional equitativa y de calidad.

    Otras oportunidades nacerán de un estudio atento de las posibilidades particulares de cada lugar, de cada entorno, para convertir una economía rutinaria y caciquil basada en la mera extracción de rentas, en otra innovadora y centrada en la mejora del horizonte vital de personas, comunidades y territorios.

    En Italia, esa iniciativa amplia ha dado lugar a un plan sindical ambicioso (6). Algo parecido podría y debería hacerse también en nuestro país.

    Notas

    (1) CGIL Bergamo. Gruppo di lavoro Riccardo Terzi, Sindacato, política, autonomía. A cargo de Francesco Mores y Eugenia Valtulina. Ediesse, 2016.

    (2) López Bulla, José Luis y Tébar Hurtado, Javier: “Sindicalismo y política en la nueva legislatura”, https://www.infolibre.es/noticias/opinion/plaza_publica/2020/02/04/sindicalismo_politica_nueva_legislatura_103538_2003.html

    (3) Sánchez-Vizcaíno, Julián: El reto de Comisiones Obreras, ver en https://www.nuevatribuna.es/opinion/author/el-reto-de-comisiones-obreras/20120510132159075050.html

    (4) Os refiero brevemente los elementos de esta nueva acción sindical en el territorio. Se trata de la iniciativa social de la FIOM-CGIL desarrollada en Pomigliano d'Arco, en la región metropolitana de Nápoles, región con altos niveles de desocupación, precariedad y pobreza. En esa ciudad y en la vecina Nola existen centros productivos y logísticos de FIAT-Chrysler. En 2010 se puso en marcha el conocido en Italia como "modelo Marchione" por el nombre del ejecutivo procedente de FIAT, fallecido hace unos meses, que lo implementó. La nueva organización del trabajo rompía radicalmente con el modelo basado en el Estatuto italiano de los trabajadores y con la negociación colectiva: eliminación de las pausas en la cadena de montaje, incremento abusivo de los ritmos de trabajo, inaplicabilidad del contrato colectivo nacional del sector, imposición autoritaria de los turnos productivos, exclusión de los sindicatos disconformes con estas medidas en cualquier proceso negociador dentro de la fábrica. La implementación de este modelo de organización del trabajo se vio favorecida por algunas medidas laborales adoptadas por los gobiernos Renzi (Jobs Act, de 2015, etc). En el caso de Pomigliano estas medidas supusieron que más de 2.000 trabajadores quedaran fuera de la empresa durante años consecutivos (en lo que en Italia se conoce como cassa integrazione, en definitiva, un ERE indefinido) 

    La FIOM-CGIL en solitario trató de revertir la situación mediante movilizaciones, huelgas, etc. y de que se creara un nuevo turno de trabajo, objetivo no conseguido. Ante ello y la situación de pobreza y precariedad que afectaba de manera creciente a muchos trabajadores y sus familias, la FIOM-CGIL lanzó en febrero de 2015 la idea de crear una caja de socorros mutuos o fondo social para combatir la pobreza severa entre los trabajadores y las familias de la región. El dinero del fondo se ha nutrido en sus orígenes de las aportaciones de los afiliados y delegados de la FIOM-CGIL en la empresa, a partir de la diferencia retributiva entre las horas normales y las trabajadas (obligatoriamente, por imposición de la empresa) los sábados. A partir de esa iniciativa de la FIOM, posteriormente se han añadido campañas solidarias, de artistas, intelectuales, profesionales, etc., para incrementar los fondos. Este fondo social mutual o caja de socorros mutuos se constituyó formalmente por la FIOM-CGIL en octubre de 2015 y el sindicato, articulando una política de alianzas, acordó que la gestión financiera del fondo lo llevara la entidad LIBERA (Associazioni, nomi e numeri contro le mafie, www.libera.it ) y el trabajo con los beneficiarios lo llevara la sección local de Cáritas, respondiendo a una correcta filosofía de que cada uno haga "lo que mejor sabe hacer".

    (5) Méda, Dominique: Los efectos de la automatización en el trabajo y en el empleo; Acosta, Estella: Digitalización y cualificaciones: el empleo y la clasificación profesional, en Pasos a la izquierda no 10; Una digitalización justa y equitativa, en la misma revista no 9, y en el blog de ISEGORÍA.

    (6) Sateriale, Gaetano: El potencial innovador del Piano del Lavoro, en Pasos a la Izquierda no 18, marzo de 2020. Ver: https://pasosalaizquierda.com/el-potencial-innovador-del-piano-del-lavoro/

    22/05/2020