Revista Perspectiva | 5 octubre 2024.

Pan y rosas

    El capitalismo, el Sistema, “esa cosa escandalosa” en palabras de Amaya Pérez Orozco, atraviesa absolutamente todo dejando su rastro de desigualdad y pobreza.

    10/11/2022. Pilar Cea, activista Cultural
    La mano que habla. Fotografía de Kevin Malik - pexels.com

    La mano que habla. Fotografía de Kevin Malik - pexels.com

    Va tomando diferentes disfraces, siempre con una sonrisa y, con sus intenciones bien guardadas, nos habla de Méritos, de Derechos, de Libertad, de Igualdad de oportunidades… Y de esa forma Ellos, las élites del sistema, que nunca abandonaron “su propia lucha de clases”, es cómo van ganando la partida.

    Nos han hecho creer, que somos clase media, porque tenemos una vivienda que seguiremos pagando al banco mucho más allá de la jubilación, porque tenemos acceso a una serie de bienes y servicios como son vacaciones, vehículos, dispositivos de última generación, formación, etc.. Y todo, satisfecho en cómodos plazos mensuales. Parece fácil conseguir esta felicidad cuantificable, verificable y lista para exponer, como un trofeo y sin rubor, en las redes sociales, la plaza pública del siglo XXI. Por fin formamos parte de esa gloriosa clase media que no sabemos definir y que automáticamente nos convierte en responsables finales de nuestro éxito, pero sobretodo de nuestro fracaso. Éste, precisamente, es el gran logro del sistema.

    Ahora que somos fieles creyentes de la gran doctrina, ya no tiene sentido la lucha en común, ni el trabajo colectivo , ni colaborativo y la solidaridad es una palabra bonita sin más… Da igual que el trabajo sea precario, los salarios bajos, las jornadas interminables, que haya sectores con condiciones cercanas a la esclavitud, que la explotación sea tan habitual que lo consideremos una oportunidad, que diversos indicadores señalen un indecente 25% de la población en riesgo de exclusión social, total… “sólo son personas que no se esfuerzan”. A esta puesta en escena se le añade como atrezo una buena dosis de revoltillo, y ya tenemos el escenario ideal: Creer que nuestros Deseos son Derechos.

    La Cultura no escapa a este panorama. Es un sector económico, una industria más donde el esquema se reproduce reflejando las relaciones de comercio y producción imperantes en el mundo actual, como ya nos advirtió Gramsci hace muchas décadas… Quién paga manda.

    Independientemente de la definición académica o del concepto que cada cual tenga de La Cultura, no podemos olvidar que la transversalidad del sistema transforma con su magia todo lo que toca. Y así, sin darnos cuenta, nos encontramos con la cultura del turismo, de la gastronomía, del vino, de la cerveza, del deporte, de la moda… de lo que sea, porqué hay tantas como nichos de mercado.

    Una vez más se entremezclan y se confunden los conceptos, ahora son el ocio y la cultura. Es frecuente que los Ayuntamientos, de los más grandes a los más pequeños, compartan la concejalía de Cultura con festejos o turismo. Como un reflejo inverso de las prioridades, se invierten más recursos públicos en ocio que en cultura.

    Tomando como ejemplo la cadena de valor de la creación artística, observamos que la capacidad de reproducción, la exclusividad, la firma, la marca y el precio de mercado, son los parámetros que marcan la importancia de la obra. Como si continuásemos aún en el Renacimiento, las artes y las ciencias permanecen bajo el dominio de las élites. La producción y la logística cultural están precarizadas, volcando el mayor valor añadido en los segmentos financieros, de distribución e intermediación; los musicales son una buena muestra de esta tendencia.

    Ya nos advirtieron, no podemos llevarnos a engaño.

    Es urgente organizarse y volver a la colectividad, como el único camino de lucha para plantarle cara y revertir el sistema. Es preciso conseguir una jornada laboral de cuatro días, mejorar las condiciones salariales y laborales, generalizar la renta básica, blindar la enseñanza y la sanidad pública como la riqueza que son y mantener unos servicios sociales de calidad. Necesitamos que las condiciones de trabajo nos permitan llevar una vida digna, con espacio para la persona, con tiempo para los cuidados, para el ocio y para la cultura.

    Como reclamaron las obreras textiles en 1911: “Queremos pan y también queremos rosas”.