Revista Perspectiva | 28 marzo 2024.

Sobre clase, cultura, política y sindicato

    Vivimos tiempos de fuerte incertidumbre y en el que la historia de nuevo parece acelerarse. Cuando se empezaba a intuir la recuperación de la crisis de 2008 en la mayoría de las economías europeas a nivel macro, la pandemia del coronavirus cerró la economía mundial suponiendo una destrucción económica sin precedentes desde la II Guerra Mundial en la mayor parte de economías avanzadas y en vías de desarrollo. Después de dos años de lucha contra el virus, y gracias a la vacuna y las medidas sanitarias, parecía que se recuperaba una normalidad, que, aunque llenó portadas, análisis y artículos de opinión era solo un espejismo. La guerra de Ucrania y sus consecuencias energéticas y económicas, entre ellas un aumento de la inflación que ya iba al alza en los meses previos, trastocaron completamente este regreso al pasado prepandémico.

    10/11/2022. Mario Ríos Fernández, analista político, profesor asociado y doctorando en la Universitat de Girona
    Photo Of A Traditional Table Setting During Nowruz. Fotografía de RODNAE Productions - pexels.com

    Photo Of A Traditional Table Setting During Nowruz. Fotografía de RODNAE Productions - pexels.com

    Sin embargo, tanto el impacto de la pandemia como el de la guerra palidecen cuando hablamos de la crisis climática presente que ya estamos viviendo. El cambio climático no es una cuestión de futuro. Su impacto es presente y cada vez golpea más duro. Las olas de calor constantes durante este verano, la gran sequía en Europa y China, los incendios en medio globo o las inundaciones en Pakistán son solo una pequeña muestra de lo que viviremos a partir de ahora. Estamos en una etapa de emergencia crónica en el que las viejas recetas ya no sirven, tal y como explica el activista ecologista Andreas Malm es su ensayo sobre el coronavirus y el cambio climático.

    “Estamos en una etapa de emergencia crónica en el que las viejas recetas ya no sirven”.

    Todos estos impactos económicos, sanitarios y climáticos se producen en un momento en que los consensos económicos imperantes parecen estar en suspenso esperando algo que los sustituya. No hay un gran proyecto o programa político, un nuevo consenso económico, social y político. Vivimos en un mundo en el que los paradigmas imperantes ya no operan. Pero la falta de programa político no es solo el gran problema. La falta de un sujeto político para un cambio económico, social y ecológico en el S.XXI es el principal problema que tienen las fuerzas progresistas para asentar cambios estructurales. Desde Nancy Fraser a Thea Riofrancos pasando por Erik Olin Wright, todos han reflexionado alrededor de que sujeto político puede coordinar una lógica de estrategia, reflexión y acción política suficiente para impulsar un programa ambicioso de transformación que nos permita encarar el reto climático al que nos enfrentamos.

    “Aunque hayan pasado un periodo histórico en el que han sufrido ataques legales, políticos y grandes campañas de difamación para desacreditarlos como organizaciones de masas que articulen demandas y valores y actúen como contrapeso al poder del capital, el mundo pospandémico está asistiendo a una recuperación de los sindicatos a nivel social pero también organizativo”.

    Ahora bien, en un mundo fragmentado, atomizado y en el que la estructura social es cada vez más compleja por los cambios en los modelos de producción económica, ¿cómo articulamos esta diversidad de intereses y valores para tejer una acción colectiva social y política que nos lleve a conseguir estos cambios? Es en este momento cuando necesitamos organizaciones sociales y políticas arraigadas, con trayectoria, capaces de movilizar y de ser transversales en sus demandas. El movimiento obrero y su materialización organizativa, los sindicatos, no solo han defendido demandas y reivindicaciones laborales, también un programa político, económico y social que reflejaba una visión ideológica del mundo determinada.

    Aunque hayan pasado un periodo histórico en el que han sufrido ataques legales, políticos y grandes campañas de difamación para desacreditarlos como organizaciones de masas que articulen demandas y valores y actúen como contrapeso al poder del capital, el mundo pospandémico está asistiendo a una recuperación de los sindicatos a nivel social pero también organizativo con un crecimiento no solo de su papel político sino de sus afiliaciones. Este impulso derivado de su acción protectora ante los estragos sociales y laborales de la pandemia, del contexto de inflación y del retorno del eje trabajo vs. capital permite a los sindicatos no solo una mayor visibilidad si no la defensa de un programa social, económico y político total para un mundo en transformación. Los sindicatos son de las pocas instituciones sociales con penetración transversal que pueden articular una serie de demandas y valores diferentes para dar la batalla ideológica por una nueva realidad. Ni los partidos políticos, organizaciones cartelizadas que ya no actúan como correa de transmisión de diferentes intereses sociales, ni los movimientos sociales, basados en un activismo total que no acostumbra a ser transversal, están en la posición de los sindicatos para ser esa palanca de cambio.

    El sindicalismo del S.XXI debe ir de mano de la transformación ecológica y social que necesitamos para luchar porque este planeta siga siendo nuestro hogar. Solo un actor con 2 siglos de existencia y que impulsó desde sus orígenes otra concepción del mundo puede liderar junto a otras organizaciones el cambio necesario para conseguir una sociedad más justa, sostenible y democrática.