Revista Perspectiva | 28 marzo 2024.

Cultura, clase, sindicatos, chimpancés

    Es difícil definir la cultura. La primatología lo está haciendo, a la par que está descubriendo cosas formidables y que lo cambian todo. Como, por ejemplo, que los chimpancés tienen culturas, milenarias. Lo que permite definir la cultura. Es la transmisión de un conocimiento, tangible o no. Algo que los chimpancés tienen y hacen. Transmiten el uso -costoso, a lo largo de un aprendizaje de varios años- de herramientas. Se sospecha que ese uso de herramientas -palos, piedras- es muy anterior. Anterior a nosotros, los humanos, incluso. 

    10/11/2022. Guillem Martinez, periodista, escritor
    Cuadro Abstracto Multicolor. Steve Johnson - pexels.com

    Cuadro Abstracto Multicolor. Steve Johnson - pexels.com

    Puede venir del antepasado común que compartimos nosotros y los chimpancés. Gracias a todos esos conocimientos sabemos que la cultura se produce cuando alguien intenta transmitir algo a otro alguien, que también participa de la cultura aceptando ese conocimiento transmitido. O negándolo con todas sus fuerzas, lo que también es un hecho cultural colosal. El palo de un chimpancé, pero también una novela, un cuadro, una obra de teatro, una película, una danza, son cultura, pero también la idea de aborrecer las libros, los cuadros, el teatro, el cine, el ballet. Incluso la de quemar todo eso. O someterlo a un determinado itinerario, o a unas determinadas expectativas. A una cosmovisión y no a otra. A la reproducción del mundo o a su cambio y refundación. En eso es importante una cosa que los humanos y los chimpancés tenemos. Clases. 

    “….en tanto que idea transmitible, las clases son cultura. Las clases, por tanto, existen. Pero, como señalaba Max Netlau, a la vez que existen, no existen. O no en su nitidez. Es como los colores de la piel entre los humanos. Hay humanos blancos, negros, amarillos o rojos“.

    En el caso de los chimpancés, se es de una clase u otra por el sexo, y por la fuerza muscular. En el caso de los humanos, es posible que el sexo también sea importante, y la fuerza muscular. Pero lo es también la economía, una suerte de fuerza muscular cruel e innegociable. Y, más aún, la percepción de la economía sobre nuestros cuerpos y almas. Esto es, la capacidad de saberse de una clase, y de transmitirlo así a otra persona. Lo que indica que, en tanto que idea transmitible, las clases son cultura. Las clases, por tanto, existen. Pero, como señalaba Max Netlau, a la vez que existen, no existen. O no en su nitidez. Es como los colores de la piel entre los humanos. Hay humanos blancos, negros, amarillos o rojos.

    Pero, más comúnmente, hay humanos que no encajan en esos colores, que se alejan cromáticamente de un color para ser varios colores a la vez. O ninguno. Por otra parte, un gran matador de hombres pero, a pesar de ello, poseedor de una sensibilidad e inteligencia notorias, llamado Trotsky, explicaba que si bien hay varias clase sociales, las variantes culturales se reducen a una sola. La cultura de las clases altas burguesas, que la clase obrera, por ejemplo, imita, incluso para explicar problemáticas de la clase obrera. Si queremos que exista una cultura obrera, debe prohibiese la cultura burguesa, y establecer una dictadura del proletariado, venía a decir. 

    “ ...Trotsky, explicaba que si bien hay varias clase sociales, las variantes culturales se reducen a una sola. La cultura de las clases altas burguesas, que la clase obrera, por ejemplo, imita, incluso para explicar problemáticas de la clase obrera. Si queremos que exista una cultura obrera, debe prohibiese la cultura burguesa, y establecer una dictadura del proletariado, venía a decir“.

    El Trotsky que hablaba de cultura fascinaba a Octavio Paz, clase alta burguesa. Lo que da la razón a Netlau y su teoría de los colores. Aún dando la razón a Trotsky al afirmar que, cuando uno elabora arte -algo sensible de ser transmitido y, por ello mismo, cultura, una herramienta de chimpancé -, transmite formas de los poderosos, es posible afirmar que la clase obrera, o al menos las clases populares, disponen desde el siglo XX de una forma de cultura extraña, dúctil, incalculable, alta y baja, que, sin dictadura del proletariado alguna, ha dominado el mundo, y que en ocasiones las clases altas imitan. Se trata de la cultura pop. Que, no nos vamos a engañar, es poco más que cultura de masas, algo que, en todo caso, resultaría imposible de entender para un chimpancé. Ahora mismo, en casa, mientras escribo, lo hago frente a un cartel de la época de la Guerra Civil. Se trata del cartel de un sindicato de clase, muy próximo a la ideología de Max Netlau. Es el cartel de un cine colectivizado por la CNT, en el que emitían cultura de masas, casi cultura pop. En el cartel se presentan diversas películas, hasta un par para cada día de la semana. Una es la más obvia. Se trata de Los Marinos de Kronstadt, asesinados, en su mayoría, por Trotsky. Pero el resto de películas es sorprendente: comedias románticas y cine de aventuras de Hollywood, y una, incluso, de los Hermanos Marx. Es lo contrario a lo que emitiría un cine del otro bando. Pero también lo contrario a lo que emitiría un cine colectivizado por la UGT de aquel momento, que seleccionaría sus películas a través de los gustos del que sería, con el tiempo, el asesino de Trotsky. Lo que explica una originalidad de la cultura, ese invento de los chimpancés. 

    “El hecho político de la cultura es que, cuando es dirigida con criterios políticos -no hay otros-, deja de ser algo propio de chimpancés y de humanos. Para que exista el hecho cultural, es precisa la libertad. El mercado no vela por defender esa libertad. Esa libertad es nuestra. Es una libertad política, con mayúscula. Es nuestra capacidad como especie de elegir lo que somos”.

    Son visiones del mundo que no encajan con nada. O no tienen por qué hacerlo. Resulta difícil tabularlas. Y es de mal gusto negarlas, censurarlas. El hecho político de la cultura es que, cuando es dirigida con criterios políticos - no hay otros -, deja de ser algo propio de chimpancés y de humanos. Para que exista el hecho cultural, es precisa la libertad. El mercado no vela por defender esa libertad. Esa libertad es nuestra. Es una libertad política, con mayúscula. Es nuestra capacidad como especie de elegir lo que somos. Esto es, lo que transmitimos, y lo que nos negamos a transmitir. Todos, desde los chimpancés, emitimos cultura. Las más de las veces, gratis. Por lo que es difícil sindicalizar, asociar, la cultura. Pero echo de menos sindicatos que funden bancos, que transmitieran otra cultura bancaria, del préstamo y de la hipoteca. O que tengan, de una manera u otra, cines, esas cosas que ya no existen, en los que transmitan lo que quieran sus afiliados. Sería ideal que fueran cosas imprevistas y no calculadas, contradictorias, como los colores de la piel. Aún sabiendo lo que somos, nuestra clase, y el color de nuestra piel. Si fueran películas de los Hermanos Marx, ya sería para llorar de emoción.