Revista Perspectiva | 24 noviembre 2024.

Una mina de la conducta: los peligros del capitalismo de la vigilancia

    Llovía a mares. La tormenta me había sorprendido en el centro de Filadelfia –la ciudad donde vivía entonces– y, alejada de la ruta de autobús que conducía a casa, mis opciones de transporte se limitaban a Uber. Así que agarré el teléfono, abrí la app y, cuál no sería mi sorpresa al comprobar que el precio habitual del trayecto se había duplicado. Aun no pudiendo demostrarlo, es probable que el coste final respondiese al cruce de datos meteorológicos, la demanda en hora punta y el caudal de mi información personal, en el que se encontraba la lejanía del hogar. Enojada por tal abuso, decidí seguir caminando con la esperanza de que el algoritmo abaratase la carrera; sin embargo, minutos más tarde, empapada y frustrada porque la tarifa no bajaba, acabé llamando a Uber, aunque optando por el servicio compartido con otros usuarios.

    11/04/2023. Azahara Palomeque, escritora, poeta, periodista, doctora por Princeton
    Una mina de la conducta: los peligros del capitalismo de la vigilancia

    Una mina de la conducta: los peligros del capitalismo de la vigilancia

    Este es únicamente un ejemplo de cómo funciona el capitalismo de la vigilancia, un fenómeno analizado por la profesora emérita de Harvard Shoshana Zuboff que consistiría en la extracción digital masiva de datos relativos a nuestro comportamiento –el excedente conductual– para el beneficio empresarial y, en última instancia, la predicción y modificación de hábitos. En efecto, mi historia ilustra no sólo lo mucho que la app sabía en un momento dado, sino cómo yo fui tomando decisiones conforme iba interactuando con ella, cosa que jamás habría ocurrido con un taxi a la vieja usanza –cada vez menos comunes en Estados Unidos–. El escritor Douglas Rushkoff en su libro Team Human (2019) ofrece otro caso sencillo que da cuenta de cómo esta nueva economía está programada para moldear quiénes somos y qué hacemos: Facebook, conociendo la obesidad de alguien, podría fácilmente mostrarle anuncios personalizados de distintas dietas; mientras mayor sea la presencia de dicha publicidad, más probabilidad habrá de que ese ciudadano acceda a adelgazar con alguno de los métodos que aparecen en su muro. La predicción de la red social se transformaría así en profecía. 

    Ahora pensemos que el capitalismo de la vigilancia puede alterar resultados electorales, como explica el documental El gran hackeo (2019), probablemente jugó un papel esencial en el asalto al Capitolio (2021) y, en general, supone un ataque a la libertad individual en cuanto que limita y muda nuestra voluntad, según han reconocido un sinfín de expertos. Algunos estudios, como el realizado por investigadores de la Universidad de Texas en 2017, han alertado de una merma de habilidades intelectuales provocada por el uso del móvil, en el que tenemos instaladas una serie de aplicaciones diseñadas para crear adicción, pero, más allá de las multinacionales tecnológicas, el capitalismo de la vigilancia es ya ubicuo después de dos décadas de acción. Cuenta Zuboff en su análisis estrella (The Age of Surveillance Capitalism, 2019) que, si bien este paradigma nació en torno a 2002, cuando Google se dio cuenta de que podía monetizar los datos generados por las búsquedas vendiéndoselos a anunciantes, el potencial predictivo que se derivaba del detallismo de la información conductual se convirtió pronto en la gallina de los huevos de oro.

    Facebook copió el modelo, y lo mismo hicieron otras empresas al calor de una legislación que, a partir de los atentados de las Torres Gemelas (2001), comenzó a rechazar toda consideración a la privacidad de la ciudadanía en pro de una supuesta seguridad. A estas circunstancias históricas se sumó el hecho de que muchos mecanismos de extracción de datos ni siquiera estaban protegidos por el ordenamiento jurídico, de tan novedosos que eran. El llamado ”internet de las cosas” representaría bien dicha novedad: ¿qué ley podía restringir que la aspiradora Roomba mapease nuestra vivienda? De aquí se desprende una conclusión importante, según Zuboff: el carácter lucrativo de nuestra experiencia, psicología, cuerpo… Todo es susceptible de extraerse y codificarse en forma de datos: localización, pulsaciones, huellas dactilares, hasta los patrones de sueño que identifican los colchones inteligentes. Además, a la pérdida de derechos fundamentales, la amenaza para la democracia, y el riesgo de ver debilitada nuestra capacidad cognitiva que supone una digitalización masiva basada en la vigilancia se une la degradación medioambiental que causa, pues tanto los chips integrados en los objetos como los mismos teléfonos contienen una gran cantidad de minerales. El extractivismo conductual no prescinde del tradicional; al contrario, lo exacerba, exigiendo una abundancia de zonas de sacrificio que trasciende los países subdesarrollados, como atestiguan las luchas vecinales contra las más de doscientas minas que hay proyectadas en Extremadura.

    Quizá haya llegado la hora de cuestionar la inevitabilidad de estos procesos, de preguntar a quién benefician, de pensar cómo organizar una resistencia ciudadana que empiece por comprender los entresijos del problema.