Revista Perspectiva | 12 marzo 2025.

Crónicas del Antropoceno: Reflexiones sobre la paradoja del crecimiento y la sustentabilidad

    En este momento de nuestra historia, el planeta está atravesando cambios sin precedentes lo que implica obligatoriamente cambios aún mayores en las sociedades.

    28/09/2023. Javier Arribas, profesor de Economía de la Universidad Complutense de Madrid, coordinador de la Secretaría de Transiciones Estratégicas y Desarrollo Territorial de CCOO
    Crónicas del Antropoceno: Reflexiones sobre la paradoja del crecimiento y la sustentabilidad

    Crónicas del Antropoceno: Reflexiones sobre la paradoja del crecimiento y la sustentabilidad

    En el complejo entramado de factores que intervienen en el equilibrio climático terrestre, el sistema global de circulación, principalmente orquestado por corrientes marinas, desempeña un papel esencial. Sin embargo, las investigaciones recientes han puesto en tela de juicio la estabilidad de este sistema, sugiriendo posibles repercusiones derivadas del cambio climático.

    En 2018, un par de investigaciones arribaron a una alarmante confluencia de hallazgos: este sistema de circulación mostraba signos preocupantes de debilidad. Dicha ralentización en las corrientes, responsables de transportar agua desde las zonas tropicales al norte, no pasó desapercibida para organismos internacionales, y el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de la ONU corroboró estas inquietudes.

    Pero el panorama, lejos de clarificarse, ha cobrado tintes más oscuros. Una reciente investigación procedente de la Universidad de Copenhague, con Susanne Ditlevsen como una de sus figuras centrales, postula que, de no atenderse adecuadamente la creciente emisión de gases de efecto invernadero, podríamos estar ante una paralización de la circulación de vuelco meridional del Atlántico (AMOC) hacia el año 2057. No obstante, es importante subrayar que esta proyección, aunque respaldada por evidencia robusta, ha generado debates académicos sobre la fiabilidad y solidez de las metodologías y datos empleados.

    La AMOC, que fundamenta su dinámica en las diferencias de temperatura y salinidad entre aguas superficiales y profundas, tiene una influencia climática que trasciende fronteras. Las aguas cálidas tropicales, por ejemplo, viajan al norte, modulando climas en regiones tan dispares como Europa occidental y la costa este de América. Esta circulación no se restringe únicamente al Atlántico, sino que involucra a los océanos Pacífico e Índico. Ditlevsen señala que esta dinámica es relativamente reciente en términos geológicos, habiéndose consolidado hace unos 12.000 años tras la última glaciación, lo que tuvo un impacto crucial en el desarrollo y expansión humana.

    Sin embargo, el presente trae consigo nuevos desafíos. El deshielo glacial, fruto del cambio climático, introduce grandes volúmenes de agua dulce al sistema. Aunque fría, su menor densidad en comparación con el agua salada la hace menos propensa a sumergirse, alterando el delicado equilibrio de la AMOC.

    Ditlevsen y sus colaboradores, en un intento por rastrear históricamente el comportamiento de la AMOC, recurrieron a registros indirectos, analizando temperaturas superficiales marinas del Atlántico Norte de los últimos dos siglos. Sus resultados, aunque reveladores, han sido objeto de crítica. Expertos como Alexander Robinson del IGEO y el climatólogo Pablo Ortega han señalado posibles limitaciones en confiar únicamente en anomalías de temperatura para inferir el estado de la AMOC.

    Los datos recientes presentados por la Organización Meteorológica Mundial (WMO) para 2022 ofrecen una visión perturbadora del estado actual de la Tierra, una que resalta la urgente necesidad de acción y adaptación.

    Uno de los indicadores más inquietantes es el aumento de la temperatura media global. En 2022, nuestro planeta experimentó un aumento de temperatura de 1,15°C en comparación con el periodo de 1850-1900. Esto no es simplemente una anomalía; es una tendencia, con los últimos ocho años, desde 2015 hasta 2022, catalogados como los más cálidos desde que comenzaron las mediciones en 1850. Este aumento de la temperatura está íntimamente ligado a fenómenos climáticos como El Niño y La Niña, siendo 2016 el año más cálido, coincidiendo con el fenómeno de El Niño.

    Paralelamente, las emisiones humanas, sobre todo de los combustibles fósiles, siguen siendo una de las principales causas del calentamiento global. En 2021, la concentración de gases de efecto invernadero, incluidos el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso, alcanzó niveles sin precedentes. Estos gases, atrapando calor en nuestra atmósfera, alimentan fenómenos extremos como las olas de calor. Europa, por ejemplo, ha sido testigo de olas de calor más intensas y frecuentes, con consecuencias mortales. Aún más lejos, China sufrió la ola de calor más prolongada de su historia.

    El calentamiento global no afecta solo a la atmósfera; nuestros océanos están en crisis. En 2022, el nivel del mar alcanzó máximos históricos. La tasa de aumento del nivel del mar se ha duplicado en las últimas décadas, en gran parte debido al calentamiento oceánico y la pérdida de hielo continental. Los océanos, además de calentarse, están acidificándose a causa de la absorción de CO2, poniendo en peligro innumerables ecosistemas marinos.

    Mirando más allá de los océanos, la pérdida de hielo marino y de glaciares es una evidencia palpable de la crisis. La Antártida, por ejemplo, ha registrado niveles mínimos históricos de hielo marino. Los glaciares están disminuyendo a un ritmo alarmante.

    A pesar de la amplia variedad de datos y estudios disponibles, el caso de California ofrece una visión particularmente clara del impacto del cambio climático. A pesar de ser un estado reconocido por sus rigurosas normativas medioambientales, ha experimentado un notable aumento en los incendios forestales. De 1971 a 1995, un promedio anual de 361 km² se vio afectado, cifra que ascendió a 1.710 km² a partir de 1996. La causa, según múltiples estudios, es principalmente el cambio climático.

    El lago Crawford, situado en las inmediaciones de Toronto, Canadá, ha emergido como una notable insignia en la dialéctica académica contemporánea, siendo centro de un debate que pondera la transición geológica desde el Holoceno hacia el proyectado Antropoceno.

    Para contextualizar esta dialéctica, es imperativo entender primeramente el paradigma del Holoceno. Este período geológico, que se inició hace aproximadamente 11.700 años con el ocaso de la última glaciación, ha sido escenario del florecimiento y desarrollo sin precedentes de la civilización humana. La relativa estabilidad climática que caracterizó al Holoceno propició el advenimiento de la agricultura, la creación de conglomerados urbanos y el establecimiento de sociedades de gran complejidad. Si bien la humanidad comenzó a intervenir el medio ambiente en estas épocas, solo en tiempos más recientes tal intervención ha escalado a niveles alarmantes.

    Por contraste, el concepto de "Antropoceno" se presenta como un reflejo de la modernidad y de la indiscutible imbricación humana en la modificación del medio ambiente. Aunque no universalmente aceptado por la comunidad geológica, este término, promovido al escenario mundial por Paul Crutzen en el año 2000, postula una era en la cual la humanidad ha asumido un rol protagónico, moldeando activamente el clima y el entorno planetario. La fecha de inicio de esta era sigue siendo objeto de debate académico, con posturas que oscilan entre la Revolución Industrial y etapas aún más tempranas vinculadas a la agricultura.

    Lo que torna al lago Crawford particularmente relevante en esta discusión es su singular morfología. A pesar de su diámetro modesto, el lago posee una característica meromíctica que favorece la sedimentación estratificada anualmente. La geóloga Francine McCarthy, al estudiar estos sedimentos, ha identificado patrones que reflejan la interacción humana con el entorno, especialmente evidente a partir de 1950, período que algunos expertos asocian con la "Gran Aceleración" y, por ende, con el posible inicio del Antropoceno.

    Es digno de mención que, más allá de esta datación, el lago Crawford también revela vestigios de intervenciones antropogénicas previas, como es el caso del polen de maíz encontrado en capas correspondientes al siglo XIII o las alteraciones relacionadas con el Dust Bowl en 1935.

    Las investigaciones de Colin Waters y Alejandro Cearreta, al identificar plutonio-239 en sedimentos posteriores a 1950, refuerzan la postura de que el lago Crawford podría ser el espejo geológico del inicio del Antropoceno.

    Con todo, el debate no se circunscribe exclusivamente al ámbito de las nomenclaturas geológicas sino que, en el fondo, se está debatiendo si el impacto en el ecosistema y las consecuencias que estamos viviendo son responsabilidad del ser humano. Si existen esos cambios y son producidos por el ser humano, ¿estamos ante límites al crecimiento de nuestros sistemas?

    La cuestión sobre la existencia de límites reales al crecimiento es un debate interdisciplinario que ha persistido por décadas, involucrando a economistas, ecologistas, sociólogos y otros expertos. Para comprender la profundidad y complejidad de esta interrogante, es esencial analizar las perspectivas más relevantes sobre el tema.

    Desde una óptica ecológica y ambiental, nuestro planeta y sus recursos son vistos bajo el prisma de la finitud. Esta concepción argumenta que existen límites claros en materias primas, como minerales y combustibles fósiles, y en la capacidad de los ecosistemas para regenerarse y asimilar residuos. Así, los bosques, océanos y la atmósfera, por mencionar algunos, no pueden ser explotados indefinidamente sin consecuencias negativas. Por lo anterior, la solución pasaría por un cambio en el sistema de producción y consumo.

    "En este contexto, algunos economistas, politólogos o ingenieros sostienen que, a pesar de los desafíos, la capacidad humana de innovar nos permite expandir o incluso alterar los límites percibidos. En contraposición, no podemos ignorar los límites socioeconómicos que surgen del tejido mismo de nuestras sociedades. Mientras que la tecnología puede abrir puertas, la desigualdad, el acceso limitado a la educación y a servicios de salud, entre otros factores, pueden restringir significativamente el crecimiento sostenible. En esencia, el progreso tecnológico no siempre se traduce en progreso social o económico para todos".

    Sin embargo, si miramos el problema desde una perspectiva tecnológica y de innovación, la historia nos muestra una faceta diferente. Desde que la revolución industrial transformó nuestras sociedades, la innovación ha desempeñado un papel crucial en la superación de obstáculos previamente considerados insuperables. En este contexto, algunos economistas, politólogos o ingenieros sostienen que, a pesar de los desafíos, la capacidad humana de innovar nos permite expandir o incluso alterar los límites percibidos. En contraposición, no podemos ignorar los límites socioeconómicos que surgen del tejido mismo de nuestras sociedades. Mientras que la tecnología puede abrir puertas, la desigualdad, el acceso limitado a la educación y a servicios de salud, entre otros factores, pueden restringir significativamente el crecimiento sostenible. En esencia, el progreso tecnológico no siempre se traduce en progreso social o económico para todos.

    "Una solución propuesta ante esta problemática y dentro de la innovación tecnológica es la idea de las economías de desmaterialización".

    Una solución propuesta ante esta problemática y dentro de la innovación tecnológica es la idea de las economías de desmaterialización. En este modelo, el crecimiento económico no se correlaciona directamente con el consumo de recursos físicos. En su lugar, las economías se orientan hacia servicios, la digitalización y la optimización de la eficiencia, permitiendo una expansión en valor sin el coste ecológico tradicionalmente asociado al desarrollo.

    Finalmente, debemos considerar la adaptabilidad intrínseca de las sociedades humanas. Aunque es cierto que pueden existir límites físicos y tangibles al crecimiento, la capacidad de adaptación humana sugiere que podemos redefinir y reinterpretar el concepto mismo de "crecimiento". Esto podría conllevar un cambio en cómo conceptualizamos y medimos el progreso.

    Resumiendo lo anterior, el dilema entre el crecimiento perpetuo y la sostenibilidad ha dejado una huella indeleble en el panorama académico y político contemporáneo. La esencia del debate reside en la pregunta sobre si la tecnología y la innovación pueden superar indefinidamente los límites ecológicos y de recursos del planeta. En el centro de este debate se encuentra una obra que, a pesar de los años, continúa siendo referencia: el "Informe Meadows".

    El legado de Thomas Malthus, quien en el siglo XVIII advertía sobre el peligro de un crecimiento poblacional desmedido que superara la capacidad de producción de alimentos, se ha mantenido vigente, con matices. Aunque sus proyecciones más pesimistas no llegaron a concretarse, principalmente debido a las innovaciones agrícolas y tecnológicas, su visión cautelar no se puede descartar del todo. Históricamente, es evidente que la humanidad ha logrado superar diversos techos malthusianos mediante avances tecnológicos que proporcionaron soluciones adaptativas y transformadoras. Las revoluciones, ya sean agrícolas, industriales o digitales, han redefinido nuestra capacidad productiva y la manera en que gestionamos y consumimos recursos.

    Sin embargo, fue el "Informe Meadows" el que cristalizó las preocupaciones modernas acerca de los límites del crecimiento. Publicado en 1970 y encargado por el Club de Roma, este informe utilizó la tecnología de modelado informático de la época para proyectar una serie de escenarios futuros, la mayoría de los cuales eran alarmantes. Si bien algunos de sus pronósticos específicos pueden ser objeto de discusión, el núcleo de su mensaje sigue siendo inquietante: hay límites al crecimiento en un planeta finito.

    Las décadas posteriores al informe no estuvieron exentas de desafíos, pero finalmente no se experimentó un colapso catastrófico de recursos poco después del año 2000, como sugería el propio informe, sin embargo sí observamos importantes crisis relacionadas con el agua, la energía, la biodiversidad o los alimentos. Estas tensiones emergentes señalan que, aunque quizás no estemos en el borde del precipicio, nos podríamos estar acercando a él. Un ejemplo que ya en 1972, en el propio informe "Los límites del crecimiento" se alertaba, es el riesgo de decrecimiento en la producción alimentaria a causa de la sobreexplotación de recursos. Un estudio reciente de Nature Communications aporta una perspectiva más actualizada, enfatizando el "riesgo sistémico" que podría producirse por fallos simultáneos en las cosechas de regiones cruciales como América del Norte, Europa y el este de Asia debido a las alteraciones en las corrientes en chorro causadas por el cambio climático. Estas corrientes, vientos atmosféricos de gran influencia, al verse alteradas pueden llevar a la ocurrencia simultánea de eventos climáticos extremos en varias regiones. El mismo estudio advierte sobre las repercusiones socioeconómicas y humanitarias, como el aumento en los precios de los alimentos y la resultante malnutrición, especialmente en las naciones menos preparadas para enfrentar dichos desafíos. Kai Kornhuber, principal autor del estudio, destaca la magnitud y la incertidumbre de los desafíos emergentes en el terreno de la seguridad alimentaria, enfatizando que estamos entrando en "aguas desconocidas". La ONU señala que ya vivimos en un mundo "más hambriento que nunca", con conflictos como el de Ucrania exacerbando la situación al influir en los costes energéticos y la disponibilidad de fertilizantes, factores que afectan directamente la producción alimentaria. La producción mundial de alimentos esenciales como el maíz, arroz, soja y trigo ha experimentado un declive en 2022. Las repercusiones de la crisis en Ucrania, sumadas a los efectos directos de la crisis climática, han llevado a situaciones alarmantes en el sector agrícola, como la sequía que afectó al 80% del territorio en la primavera pasada, con impactos devastadores en cultivos esenciales.

    La creencia moderna, impulsada por importantes organismos y expertos líderes, de que la Inteligencia Artificial (IA) y la transformación digital, es decir la solución tecnológica es la panacea para nuestras crisis contemporáneas es una visión que requiere un análisis detallado y crítico. Se sugiere que la IA es la solución para la crisis climática. Esto ha sido respaldado por instituciones de renombre como el Foro Económico Mundial, el Council on Foreign Relations y el Boston Consulting Group, cuya postura se basa en la idea de que la IA puede ayudar a desarrollar estrategias basadas en datos para luchar contra el cambio climático, especialmente en las regiones más vulnerables (Boston Consulting Group). Eric Schmidt, ex director ejecutivo de Google, capturó la esencia de este argumento al decir que enfrentar problemas como el cambio climático requiere más inteligencia. Sin embargo, ¿es realmente una falta de inteligencia lo que ha impedido que se tomen medidas sustanciales contra el cambio climático? Los consejos de académicos y expertos han sido claros durante años: necesitamos cambios drásticos en nuestras prácticas de consumo y producción. Sin embargo, la resistencia a estas recomendaciones no proviene de una falta de comprensión, sino más bien de intereses económicos profundamente arraigados, centrados en el modelo de crecimiento basado en el consumo. Por lo tanto, es simplista esperar que la IA nos ofrezca una respuesta conveniente y más fácil de implementar. Además, la ironía radica en el hecho de que la comercialización de la IA podría exacerbar la crisis climática debido al impacto ambiental de los servidores y el posible estímulo de patrones de consumo insostenibles. Por otra parte, hay una desventaja en toda esta innovación: a medida que la electrónica invade todo, los residuos electrónicos se acumulan a un ritmo sin precedentes. Ya es el flujo de residuos de más rápido crecimiento en el mundo, y ahora representa hasta el 70% de los residuos tóxicos en los vertederos en los Estados Unidos. Los enfoques tomados hasta ahora, aunque bien intencionados, no han abordado la magnitud del problema. En los Estados Unidos, la tasa de reciclaje de la electrónica sigue siendo obstinadamente baja. Los intentos de aprobar regulaciones de residuos electrónicos a través del Congreso han fracasado. Sólo se recicla el 17,4% de los desechos electrónicos en todo el mundo y en 2030 la cifra total de residuos ascenderá a 74 millones de toneladas -en la actualidad existen 56 millones-.

    "La transición hacia una economía global descarbonizada es uno de los desafíos más apremiantes y complejos de nuestro tiempo. Con la dependencia de materiales como el litio para el avance tecnológico y las soluciones de energía limpia, surge la preocupación de la sustentabilidad de la cadena de suministro y las implicaciones geopolíticas subyacentes".

    La transición hacia una economía global descarbonizada es uno de los desafíos más apremiantes y complejos de nuestro tiempo. Con la dependencia de materiales como el litio para el avance tecnológico y las soluciones de energía limpia, surge la preocupación de la sustentabilidad de la cadena de suministro y las implicaciones geopolíticas subyacentes. Basándonos en las investigaciones de Vekasi, los metales conocidos como tierras raras, entre los que se incluyen la bauxita, el litio y el tungsteno, desempeñan un papel crucial en tecnologías energéticas emergentes, como los automóviles eléctricos y turbinas eólicas, además de ser esenciales en muchos dispositivos electrónicos modernos y ciertas aplicaciones militares. Se anticipa que su demanda crezca de 2 a 8 veces en comparación con la actual. Para obtener productos útiles a partir de estas tierras raras, es esencial una amplia infraestructura industrial. China ha establecido su dominio en este sector, poseyendo entre el 50% y 60% del mercado minero de estas tierras y aproximadamente el 90% en etapas de procesamiento intermedio. En enero de 2022, China lanzó la empresa China Rare Earth Group, que se encargará de entre el 60% y 70% de la producción nacional de estas tierras, lo que representa entre el 30% y 40% de la producción global. El siglo XXI ha presenciado una transformación tecnológica sin precedentes, respaldada por una creciente necesidad de tierras raras y minerales críticos, esenciales para una variedad de aplicaciones tecnológicas y para el futuro sostenible. Sin embargo, con esta demanda creciente yace una complejidad que envuelve cuestiones geopolíticas, industriales y medioambientales.

    Las tierras raras se encuentran en el núcleo de las tecnologías de transición energética. Desde vehículos eléctricos hasta turbinas eólicas y dispositivos electrónicos modernos, estos elementos son esenciales. Sin embargo, su extracción y procesamiento presentan desafíos significativos. Después de la extracción, las tierras raras requieren un procesamiento intensivo para transformarse en productos utilizables para la industria. Este paso intermedio es dominado casi en su totalidad por China.

    Sin embargo, la dependencia de Europa de fuentes externas para estas materias primas críticas presenta preocupaciones geopolíticas y económicas. A pesar de que existen reservas de tierras raras dentro de Europa, en países como Suecia y España, las restricciones medioambientales y la oposición local han limitado su explotación. El reciclaje, una propuesta prometedora, todavía se encuentra en sus primeras etapas, con la UE reciclando apenas el 1% de sus tierras raras.

    Más allá de las tierras raras, otros minerales críticos también están ganando protagonismo. El cobre, el litio, el estaño, el níquel y el aluminio son esenciales para una variedad de aplicaciones tecnológicas. La distribución geográfica de estos recursos es desigual, con países como Chile, Perú y China liderando la producción de varios de estos minerales. Sin embargo, el control de los minerales por sí solo no garantiza la supremacía tecnológica. La infraestructura, productos, empresas y mercados que facilitan tecnologías emergentes, como el Internet de las cosas y la computación cuántica, también juegan un papel crucial.

    Los desafíos asociados con la transición ecológica y la dependencia de minerales se resumen mejor en las palabras de Tae-Yoon Kim de la Agencia Internacional de Energía (AIE) y es que mientras que un vehículo eléctrico requiere seis veces más minerales que uno convencional, la demanda de minerales como el litio ha experimentado un crecimiento exponencial en los últimos años. Este mineral, piedra angular para tecnologías como las baterías de vehículos eléctricos, presenta retos medioambientales. Su extracción en áreas propensas a la sequía es un recordatorio de que la solución a un problema ambiental podría, irónicamente, generar otros.

    Actualmente no enfrentamos una escasez per se, hay una preocupante concentración geográfica en la producción y refinamiento de estos materiales críticos. Esta concentración oligopólica puede conducir a vulnerabilidades en el suministro global. Por ejemplo, la República Democrática del Congo, Indonesia, Filipinas, Rusia, Australia, Chile y China están a la vanguardia de esta industria minera, y su control colectivo de minerales como el litio, el cobalto y el níquel podría tener repercusiones geopolíticas y económicas a nivel global.

    China emerge como una potencia indiscutible en este escenario. Occidente, en su proceso de globalización, dejó un vacío en la producción de estos materiales, y China lo llenó. Su dominio se extiende más allá de la producción, respaldado por inversiones extranjeras directas en el sector metalúrgico que superan los 175.000 millones de dólares desde 2005 hasta 2023. La estrategia de China para consolidar su posición ha sido clara, como se evidenció en 2010 cuando limitó las exportaciones de tierras raras a Japón. UBS sugiere que China podría controlar un tercio del suministro mundial de litio en pocos años, lo cual es alarmante. Tae-Yoon Kim de la AIE recalca las implicaciones significativas de tal concentración en términos de suministro y precios.

    Las empresas chinas han invertido en territorios estratégicos, pero políticamente volátiles. Estas inversiones, según The Wall Street Journal, ascienden a 4.500 millones de dólares en aproximadamente 20 minas de litio, ubicadas principalmente en América Latina y África. Países como Malí, Nigeria, México y Chile presentan desafíos en términos de estabilidad, lo que plantea riesgos significativos para la cadena de suministro.

    Europa, atrapada en esta telaraña geopolítica y de suministro, depende en gran medida de las importaciones de minerales críticos. Casi todas las tierras raras consumidas en Europa provienen de China, así como otros minerales esenciales de otros países. La Comisión Europea ha propuesto objetivos a través de la Ley de Materias Primas Críticas para reducir esta dependencia. La intención es clara: garantizar que no más del 65% del consumo anual provenga de un solo país fuera de la UE y que se fomente la producción y reciclaje internos.

    La transición energética es un imperativo global, impulsado por la necesidad de mitigar el cambio climático y garantizar la sostenibilidad ambiental. Sin embargo, la manera en que se está llevando a cabo plantea cuestiones preocupantes desde una perspectiva ética y ecológica, especialmente cuando consideramos el papel que juega el continente africano. Lo que emerge es una historia de explotación, desigualdad y desequilibrio, donde África es una pieza crucial en el rompecabezas de la transición, pero con un coste desproporcionadamente alto.

    Los minerales críticos, como el cobalto, el litio, el níquel y el zinc, son esenciales para las tecnologías limpias. Estos minerales son la base para las baterías de los vehículos eléctricos, las energías renovables y muchas otras innovaciones esenciales para una economía verde. Sin embargo, como señalan varios colectivos de la sociedad civil, su extracción está beneficiando en su mayoría a las naciones desarrolladas, mientras que África sufre las consecuencias ambientales y obtiene beneficios marginales.

    África podría seguir atrapada en un ciclo de pobreza a pesar de su papel vital en la transición energética. Un claro ejemplo es el lago Nzilo en la RDC, que se ha convertido en un símbolo de la degradación medioambiental. Las minas de cobalto cercanas han contaminado sus aguas, poniendo en riesgo la salud de las comunidades locales. A pesar de que la RDC exporta el 70% del cobalto mundial, una cifra nada despreciable, los beneficios no se quedan en el país. Es una ironía amarga: un recurso clave para la energía limpia, que está causando una crisis ecológica en el lugar de su extracción.

    Las tierras indígenas, a menudo ricas en estos minerales, se ven particularmente afectadas. Estas comunidades, cuyos lazos con la tierra se extienden a lo largo de generaciones, enfrentan desplazamientos, deforestación y contaminación del agua.

    Pero, ¿por qué, a pesar de los esfuerzos, la situación no ha mejorado significativamente? Parte del problema radica en la falta de cumplimiento. Aunque existen protocolos y acuerdos, no hay garantía de que las empresas y gobiernos los respeten. Se espera que el continente pague la factura ambiental de las naciones desarrolladas, pero no se beneficia de los avances.

    Para que la transición energética sea verdaderamente sostenible y justa, nos vemos obligados a volver al paradigma de tener que reconsiderar el modelo de explotación en el que basamos nuestra forma de vida.

    Sobre la opción de cambio de modelo, el recién nombrado líder del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas, Jim Skea, expresó en entrevistas a medios alemanes la necesidad de no priorizar en exceso el objetivo actual de la comunidad internacional de limitar el calentamiento global a 1,5 grados Celsius respecto a la era preindustrial. Enfatizó que aunque el sobrepasar dicho objetivo traería consigo problemas y tensiones sociales, no significaría una amenaza existencial para la humanidad. El hecho de que las temperaturas globales puedan superar el objetivo no implica el fin del mundo, pero sí unaTierra más peligrosa. Sin embargo, destacó que el cambio no solo depende de la abstinencia individual, sino que es esencial una infraestructura completamente nueva para impulsar cambios en los estilos de vida.

    Parece claro que el cambio radical de sistema se ha descartado desde las instituciones subrayando que, aunque nos adentremos en un mundo con mayores riesgos para la vida humana, el cambio de modelo no es una prioridad. A esta conclusión se llega por presiones económicas, pero, al mismo tiempo por inercias sociales en las que tener la opción de poder elegir sigue siendo prioritario en las sociedades liberales. Tener esta disposición supone contemplar siempre la mayor de las opciones posibles aunque, paradójicamente esto suponga eliminar posibilidades a medio y largo plazo. Como ejemplo, la posibilidad de elegir entre una cantidad lo más extensa posible de estilos de vida supone de forma directa o indirecta la necesidad de tener a disposición la posibilidad de producir o adquirir los medios materiales que hagan posible ese modo de vida deseado y este punto quizás sea el elemento más difícil de afrontar. Resulta importante señalar que la libertad de elección debe ser consustancial a los individuos y sociedades pero no por ello debemos escapar a la idea de que para que detrás de esa libertad de opciones en los cursos de vida debe existir la posibilidad potencial de dichas opciones. Es este motivo, junto con el conocimiento por amplias capas de población de la existencia de dichas opciones, lo que causa un mayor refugio de las sociedades en la idea de la solución de la mejor tecnología frente a propuestas de cambios radicales en los sistemas económico-sociales.

    La solución, en un mundo ideal, está clara: hay que reducir el consumo y para ello debemos coordinar la producción a todos los niveles incluyendo desde lo local hasta lo internacional. Dicha coordinación en la producción también requiere de una adaptación de la distribución y finalmente del consumo. Como se ha mencionado anteriormente, este mundo ideal funciona bien en el laboratorio pero el mundo real implica multitud de factores que crea que en el medio y largo plazo el sistema idealmente diseñado tienda a la inestabilidad.

    Pensar en un 2100 donde la humanidad podría encontrarse en un estado estacionario, con un crecimiento y producción limitados, puede resultar perturbador para algunos. Sin embargo, esta visión nos puede instar a reflexionar sobre las prioridades de nuestro desarrollo. Más que un simple retroceso, podría ser una oportunidad para repensar la naturaleza del progreso y la definición de bienestar. Es esencial que se establezca una colaboración más equitativa entre naciones desarrolladas y en desarrollo, garantizando que estas últimas no solo sean proveedores de recursos, sino también beneficiarios activos de la transición energética. Solo así podremos lograr una transición que sea tanto verde como justa, aunque esto suponga menor capacidad de consumo y menores opciones de formas de vida en las naciones desarrolladas.

    A modo de conclusión, si bien hay evidencias claras de que las acciones humanas están moldeando el clima y el medio ambiente de formas sin precedentes, también es evidente que la innovación y la adaptabilidad humanas tienen el potencial de redefinir las trayectorias del crecimiento.

    Las complejidades del sistema climático terrestre, desde la circulación oceánica hasta los ciclos de gases de efecto invernadero, son profundas y aún no totalmente comprendidas. Los desafíos que plantea el posible debilitamiento de sistemas como la AMOC son vastos y potencialmente devastadores. Pero, a la vez, el debate sobre el Antropoceno y el impacto humano en el medio ambiente resalta nuestra capacidad para comprender, adaptarnos y, posiblemente, mitigar o revertir algunas de las tendencias más preocupantes.

    Adicionalmente, el eterno debate sobre los límites del crecimiento enfrenta visiones que consideran los recursos físicos del planeta como finitos frente a perspectivas que confían en la capacidad humana de superar obstáculos mediante la tecnología y la innovación. A medida que avanzamos en la búsqueda de soluciones tecnológicas y energéticas limpias, no podemos pasar por alto los costos asociados con la extracción y producción de estos minerales críticos. Lo que es claro es que el equilibrio entre crecimiento y sostenibilidad debe ser un punto focal de las discusiones en la toma de decisiones a todos los niveles.

    El auge de las tecnologías limpias y renovables, aunque esencial para abordar la crisis climática, tiene su propio conjunto de desafíos. No solo es importante la producción de estos minerales, sino que también debemos ser conscientes de las repercusiones medioambientales y sociales de esta minería a gran escala. Se necesita un enfoque equilibrado que reconozca las necesidades tecnológicas emergentes mientras se mantiene un compromiso con la sostenibilidad y el bienestar humano.

    Es evidente que en nuestra lucha por enfrentar el cambio climático y transitar hacia una economía global descarbonizada, surgirán dilemas y desafíos complejos. La dependencia de minerales críticos, aunque esencial, trae consigo consecuencias geopolíticas, económicas y medioambientales que no pueden ser ignoradas. La colaboración internacional, la inversión en investigación y desarrollo y las estrategias de gestión sostenible serán clave para navegar por estos desafíos en las próximas décadas.

    China, al asumir el protagonismo abandonado por Occidente en este escenario, se ha erigido como un hegemón de estos recursos. A través de inversiones millonarias y movimientos estratégicos, ha sabido consolidar una posición que puede condicionar la transición energética y, por ende, el futuro de la sostenibilidad global. Simultáneamente, esta necesidad extractiva nos ha llevado a territorios políticamente volátiles (volatilidad producida en multitud de ocasiones por las propias naciones desarrolladas), introduciendo un elemento adicional de inestabilidad en la cadena de suministro.

    Europa, por su parte, emerge como una víctima de este entramado, siendo altamente dependiente de las importaciones y buscando estrategias para reducir su vulnerabilidad. No obstante, más allá de la geopolítica, surge una problemática ética y ecológica. La transición energética, aunque en teoría pretende una sostenibilidad global, en la práctica puede incurrir en un modelo de explotación que perpetúa las desigualdades y la degradación ambiental. África es paradigmática en este sentido: proveedor clave de minerales esenciales, pero víctima de las externalidades negativas del proceso, sin obtener beneficios. La explotación minera, especialmente en tierras indígenas, no solo afecta a ecosistemas, sino también a tejidos sociales y culturas milenarias. A esto se suma una implementación ineficaz de protocolos y acuerdos, lo que daña aún más a comunidades ya vulnerables.

    La visión de Jim Skea del IPCC es reveladora. Pese a las consecuencias palpables del cambio climático, el enfoque de las instituciones es la adaptación y no la transformación del sistema. Las presiones económicas y las inercias sociales, que priorizan la libertad de elección y la comodidad inmediata, conducen a esta postura. La solución tecnológica emerge como el refugio predilecto, aunque en realidad posterga una necesidad imperativa: replantear nuestro sistema de producción y consumo, limitar nuestros posibles estilos de vida.